domingo, 4 de febrero de 2018

DEL COLOR DE LA LECHE


Estamos ante una pequeña joya literaria en la que destaca por encima de todo la originalidad de la historia que nos cuenta su autora, la escritora inglesa, Nell Leyshon, quien con esta novela obtuvo el Premio del Año 2014, otorgado por el Gremio de Libreros de Madrid.
Un libro que te atrapa, ese ya es un gran mérito, en las primeras líneas, y no lo dejarás hasta el final, porque además de su brevedad, solo 174 páginas, se lee de corrido con una enorme facilidad y satisfacción, por la frescura de la narración, unas descripciones de una espontaneidad poética muy grata y el retrato de todos sus personajes con breves y logradas pinceladas.
Asistimos a la historia contada por la propia protagonista, Mary, un chica de15 años, que nos lleva por el mundo que le ha tocado vivir, nada fácil y halagüeño, porque si dura es la etapa en la granja familiar en donde se subsiste gracias al trabajo de todos su miembros, incluidas las cuatro hermanas, a las que hace trabajar el padre de forma dura y ruda. Un verdadero submundo del que pasará a otro, aparentemente más feliz y luminoso, y que terminará resultando mucho más siniestro, que lo único que le dará será el aprendizaje de la lectura y la escritura, porque a sus quince años no sabía ni leer ni escribir, y es precisamente a través de la escritura cómo encuentra su libertad.
Está escrita la novela al ritmo de la estaciones, comenzando por la primavera, y cuando se está acabando el libro en el invierno, adviertes que hay vida más allá del inverno, porque queda el capítulo más breve: dos páginas, titulado: Primavera, dejando la historia que se alargue a merced del gusto del lector.
Comienza cada capítulo de la misma forma.
“Este es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano, en este año del señor de mil ochocientos treinta y uno he llegado a la edad de quince años y estoy sentada al lado de mi ventana y veo muchas cosas, veo pájaros y los pájaros llenan el cielo con sus gritos...”, en el segundo capítulo, añade que le duele la muñeca de hacer esto, pero se prometió a sí misma escribir la verdad y lo que la pasó y nos lo va a contar. En otoño sigue al lado de la ventana (lo que no es verdad, o sí) el sol está pálido y los pájaros no cantan, y nos da lecciones de lo que es escribir: algo que lleva tiempo, porque hay que deletrear y copiar cada palabra y volver a mirar para ver si se ha elegido bien, y pararse a pensar en lo que hay que decir y lo que se quiere decir y por qué se está diciendo eso que se escribe. Llega el invierno, repite el mismo comienzo y añade que lo que está contado no le gustaría hacerlo (a ella y a nadie, hay tragedia, a lo clásico, de por medio, estando en Valladolid uno no puede por menos de recordar a nuestro Delibes y el final de Los Santos Inocentes) pero ha dicho que lo contaría todo lo que ha pasado y que lo diría todo. Y queda el último brevísimo capítulo titulado adrede, creo yo, Primavera, en donde vamos a conocer el final de todo: Y vamos a saber que nos ha mentido, una mentira acertada en literatura, no ha escrito esta historia sentada al lado de su ventana, sino frente a un muro, en un cuarto lúgubre, donde no hay ventana, no ve por lo tanto lo que hay fuera, pero el mundo sigue dentro de su cabeza. Nos cuenta lo que intuye que será su final, aunque el lector tiene todo el derecho del mundo a preferir otros finales, al aire de las últimas palabras de la novela dichas por la protagonista, ideadas por la propia autora. Un final de esta historia tremendo, pero eso ya no es lo más importante, porque lo genial, y este libro tiene mucho de genial, se nos ha ido diciendo desde la primera página, qué digo, desde la primera línea y el lector se siente bien al lado de Mary, la criatura que ha salido de la imaginación de su creadora.
No voy a decir que es altamente recomendable, que ya está dicho entre líneas, y que si lo lees, me lo agradecerás, perdón, se lo agradecerás a Nell Leyshon.

2 comentarios:

José-Ángel Palacios dijo...

Me gusta dejar pasar un tiempo y leer después varios textos juntos aunque despacito. Y me encantan esas coincidencias tuyas con los autores sobre los que escribes o citas. Mucho tiene que ver lo que narras de la novela "Del color de la leche" cuando la protagonista escribe mirando por la ventana con el texto sobre Margaret Atwood donde dice " Hay ventanas abiertas y ventanas cerradas que estimulan a los sentidos, unas, y a la imaginación, otras, y viejas brujas sabias a través de las cuales entendemos mejor este mundo..." o con el "Ventanas cerradas" donde pones una cita de Baudelaire: “Quien mira desde afuera a través de una ventana abierta nunca ve tantas cosas como el que mira una ventana cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso, más fértil, más tenebroso, más deslumbrante que una ventana iluminada por una vela. Lo que se puede ver al sol es siempre menos interesante que lo que ocurre detrás de un vidrio. En ese agujero negro o luminoso vive la vida, sueña la vida, sufre la vida”. Preciosos y una ocasión más para releerlos. Gracias y un saludo

ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ dijo...

Gracias, José Antonio. Además de ocación para releer, ver cómo adquieren juntos una visión más rica.