miércoles, 14 de febrero de 2018

ABRÁZAME, POR FAVOR


Estos dos abrazos no tienen precio. Envidia me dan:
El de los dos niños es de una ternura que hace estremecer al firmamento. No sabes quién salva a quién ni quién da más seguridad. Al bebé le basta con sentir la piel del hermano mayor, y se ha quedado frito, como un tronquito sin pestañear, seguro que duerme como un lirón, y al calor de ambos cuerpos navega por el mejor de los mares del sueño. El mayor está tenso, se siente guardián de su hermano, le ha dicho su madre, como siempre: “vengo enseguida, pero ten cuidado y que no se te caiga” y de tan inseguro, está recibiendo la mayor de las seguridades que le transmite su hermano, y no, no se le cae, le tiene bien amarrado y cumpliendo uno de los primeros deberes de mayor alcance en su vida: abrazar al hermano, sentir seguridad dando y abrazando, recibiendo y tensando el alma.
El otro abrazo del hijo a la madre es para enmarcar, la tiene ganada y loca. Ha dejado de hacer lo que estaña haciendo: que espere, se ha dicho, y le está regalando la mejor de la risa, una risa que le sale toda por todo el cuerpo. Él no tiene ningún miedo a caerse, en un difícil más todavía se halla en la cumbre poderosa de su madre, teniendo en su abrazo al cuello más fuerte y seguro, y la madre se deja hacer porque está viviendo y sintiendo los instantes más felices de una vida que quisiera que nunca tuvieran fin.
Dar con una filosofía del abrazo desde estas imágenes no es asunto difícil. Le dediqué en su día hasta un poema.
Te doy, me das, nos damos, nos entregamos, nos abrazamos. Sabemos a ciencia cierta que no es posible dar sin recibir ni recibir sin dar, y en todo abrazo las señas de identidad y el leve aleteo cálido que enciende las hogueras de la sangre de dos cuerpos enlazados. Y por eso si me abrazas no me hundo, si te abrazo te levanto; si me abrazas me salvas de la monotonía gris del desamparo que paraliza; si te abrazo te regalo lo mejor de mi hondura, lo más sabroso de mi pasión, lo más entrañable de mi querencia. Por eso mismo no me busques al otro al lado del frío, mejor, al lado de la ternura.
Los efectos, así, nunca fallan: además de los afinados afectos, sentir el calor de la piel del otro que cura más de una enfermedad, verse seguro sin temor al ruido tosco de la calle, el frío gélido de la soledad, la corteza áspera del mundo.
Abrazarse es como si te dieran la mano a lo grande, como si besaras con todo el cuerpo, es cerrar los ojos y caminar a ciegas, pero con todos los sentidos, y uno más, bien abiertos. Es caminar seguro con toda tu fuerza unida a la fuerza del otro, dejando que bailen alborozadas todas las endorfinas encargadas de provocar una sensación de placer y bienestar. Después de todo esto, cómo no decir: Abrázame, por favor.
Nota no tan al margen:
“Quítame el pan, si quieres, / quítame el aire, pero / no me quites tu risa..., la luz, la primavera, / pero tu risa nunca / porque me moriría”, comienza y termina así, Neruda, un bellísimo poema titulado, La risa. Con su permiso, que sé que es mucho pedir, me atrevo a añadir: Quítame cuanto quieras / el sol, la sal, el pan, / pero nunca el abrazo / filial, sensual, fraterno / porque me moriría.

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