miércoles, 25 de octubre de 2017

¡POBRE LENGUAJE!


Nos comportamos con el lenguaje de muy malas maneras, tanto que lo maltratamos, como podemos hacerlo cuando pegamos a un perro, castigamos a un niño sin motivo, insultamos a alguien como verdaderos energúmenos, a la cara o de incógnito, que no se sabe que es peor, pues igual con el lenguaje.
Insisto mucho en ello en mis talleres de escritura, porque me saca de los nervios que se utilice el adjetivo “espectacular” sin ton ni son, acoplado a una tarta de queso, a una catedral o a un gol de Cristiano Ronaldo. Cuenta para que veas que es verdad y un horror la cantidad de veces que lo utilizan los comentaristas en cada partido, cuando hay tantos adjetivos similares y sinónimos. ¿Y qué decir de los excesos? Abusamos de ellos, yo el primero, en la charla cotidiana y no digamos en las Redes, en donde brilla el mal uso por docenas, y da vergüenza ajena, por muy amigos que seamos o adversarios: el insulto deberíamos descartarlo entre gente educada y civilizada, pero de igual modo los excesos, porque no es de recibo decir que unos versos elementales, y hasta prosaicos, sean geniales y preciosos, dígase lo mismo de un artículo corriente y moliente, un chiste ramplón o viejo como el casco antiguo de una vieja ciudad, un vídeo simple y hasta simplón, o nada más que graciosillo; con lo que sería de agradecer, que afináramos un poco más la crítica que ayuda más que mil ditirambos con aplauso incluido. Decir me gusta, es mucho, me encanta, lo mismo, y escribir un breve comentario ya es de nota, se entiende que se ha leído a fondo, aunque a veces nos quedamos en la superficie o en la anécdota sin ir al fondo. Porque vamos a prisa a todas partes y así nos va.
No tuvo el mejor día el escritor Javier Marías, cuando habló de Gloria Fuertes, ni el momento más adecuado, ni la forma, pero arremeter contra él enviándole al infierno, insultándolo de mala manera, cuando entre líneas y en el fondo llevaba razón, porque aunque queramos mucho a Gloria Fuertes, yo el primero, y disfruto con algunos de sus poemas, tiene su nivel, su duende, su magia poética, que ya me gustaría haber sido dotado de ellos, pero hay que reconocer que se dan muchos niveles en literatura como en todos los ámbitos del saber y del hacer: No es Machado, ni Lorca, ni Claudio Rodríguez, ni José Hierro... Esto venía a decir Javier Marías, pero se armó. Solo faltó decir: a la horca y guste o no guste es uno de los mejores escritores actuales. Aprovecho a decir que, sonetos, por ejemplo, hay una docena de ellos en la poesía española, geniales y todos los adjetivos que se quieran añadir en esa línea, pero el resto, incluidos los autores de ellos, no llega ni de lejos a esa categoría. De geniales, nada.
Por no hablar de las muletillas por parte de quienes deberían usar mejor el lenguaje oral: “¿Noo?” “¿Vale?” “Obviamente”, “absolutamente”, más el abuso de todo tipo de adverbios y palabras largas y comodines que a simple vista pueden valer para todo y de tanto desgaste no sirven para casi nada, ejemplo: “como la copa de un pino” y tantos otros. Y no digamos cuando se nos va la boca por los cerros de la exageración y el disparate: llamando a todo hijo de vecino “fascista”, “totalitario”, “tonto del culo”, aunque lo sea, “presos políticos”, o expresiones como “golpe de estado”, “estado de excepción”, y así hasta el infinito.
Así que un respeto, por favor, con el lenguaje porque, si lo usamos con poco rigor, lo malgastamos, lo prostituimos, lo banalizamos y se queda en cueros: ya no dice nada ni nada expresa, y más grave aún si lo usamos como armas de fuego contra el adversario.
Nota al margen: ¡Y que Dios nos coja confesados tras la que está cayendo en esta España, incluida por ahora Cataluña, de nuestros amores, pasiones y desengaños! Porque esto no lo arregla ni Dios.

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