domingo, 8 de octubre de 2017

EL PELIGROSO ONDEAR DE BANDERAS


Pareciera a primera vista que ondear las banderas o colocarlas en las ventanas es algo inofensivo, totalmente inocente, pero permíteme insinuarte, entrañable lector, que si afinamos el oído interior puede que escuchemos sonidos redundantes innecesarios y afloren sentimientos indeseables. Cuando esto escribo veo enfrente de mi ventana una bandera española, acabo de llegar del gimnasio, he recorrido media ciudad y no he visto ninguna, y me ha hecho pensar el significado que mis vecinos, a quienes creo no conocer, pero si me lo encontrara en el bar los saludaría y hasta podría tomar un café con ellos, y no logro explicármelo muy bien, porque me están diciendo algo que ya sabía o me lo imaginaba, que son españoles y acaso como dice Rajoy, “muy españoles”, ¿dando a entender que los demás somos marcianos o de Pernambuco? ¿O pretende señalar más bien el terreno de su casa y el territorio que pisa? Me fijo en las miradas de los que ondean por la calle en manifestaciones o en los campos de fútbol y sus gritos descomunales y sus miradas ardientes no me producen ni serenidad, ni sosiego, ni predisposición para deleitarme en las buenas jugadas de los futbolistas, se llamen Messi, Cristiano o Piqué, ni pasear por la ciudad, alegre y confiado, con el ánimo dispuesto a patear la calle admirando su palpitar cotidiano o embebido en mis asuntos. Más todavía, advierto un no sé qué, un aquí estoy yo si me buscas las cosquillas, un hay que defender España “coño”, un hay que expulsar a todo aquel que no ondee nuestra sacrosanta ¡sacrosanta, nada menos, ay! un me duele España, sin que me importen sus ríos, sus calles, los vecinos del quinto, los que pasan a mi lado con sus quejas, sus dolores y sus necesidades más básicas. Y puedes decirme que se trata de ondear sentimientos y emociones, y te digo, ojo, porque cuando las emociones y los sentimientos no van de la mano de la fuerza y la luz de la inteligencia se corre un peligro tremendo, están a un paso de la ira, la rabia, el desprecio al otro que no lleva el aire que yo respiro ni las razones que en mí habitan. Algo así dice el autor de “Patria”, Fernando Aramburu, que se refiere a este tema de esta manera: “masas de personas agitando banderas es una manera de no ejercer la inteligencia”, y estoy de acuerdo.
Corre por las Redes un texto muy sabroso e inteligente, con el que me identifico: “Como española que soy, te voy a contar lo que para mí es ser español:
Ser español es arder cuando arde Doñana o temblar cuando tembló Lorca; es sentarte a escuchar historias de meigas en Galicia y llegar a creértelas; es ir a Valencia y no sentir rabia por leer un cartel en valenciano, sino que te agrade poder llegar a entenderlo y es presumir que las Canarias nada tienen que envidiarle al Caribe. Sentirse español es sufrir por no haber podido vivir la movida madrileña, enamorarte del mar al oír Mediterráneo de Serrat, es pedirle borracha a tu amiga catalana que te enseñe a bailar sardanas, querer ir a Albacete para comprobar si su feria es mejor que la de Málaga y sorprenderte al ver lo bonita que es Ceuta...”, y sigue y sigue en la misma línea. ¡Qué hermosura, frente a los patriotas enamorados de frases abstractas y grandilocuentes aireando banderas de uno o de otro color! "Menos banderas y más hablar", desde luego. .
Nota no tan al margen: Poco antes de las doce, me puse la camisa blanca y el sombrero falso de Panamá y me fui a la Plaza Mayor de Valladolid, sábado, 7 de octubre, como tantos miles de ciudadanos en la inmensa mayoría de las plazas de toda España, en silencio, y sin banderas, a apostar por el diálogo, la negociación, los pactos y llegar a un proyecto político unitario de futuro: Parlem?, hablemos.

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