miércoles, 27 de septiembre de 2017

RETÓRICAS DE LA INTRANSIGENCIA


Espero que lo peor haya pasado, aunque quedarán heridas supurando largo tiempo. Lo peor: la desobediencia a la ley, el desencuentro, la fractura en las relaciones sociales de la nación catalana, o lo que sea, y la visceralidad peligrosa en el resto de España que grita: “¡A por ellos! ¡Oé!”, voz destemplada con odio, al menos, en la mochila. A estas alturas no me vale saber quién es el más culpable, para muchos: Puigdemont y los suyos; para otros muchos: Rajoy y sus adláteres: choque de trenes que se veía venir desde hace mucho por los más conspicuos. Puigdemont se desmoronó en “Salvados” como un azucarillo ante un periodista que fue al fondo, como antes Rajoy en algunas de las pocas entrevistas que ha concedido. Así que no me hablen de que estos dos personajes puedan liderar nada, porque ni lo van a hacer ni han nacido para ello. Se necesitan otros interlocutores con mayor categoría intelectual, humana, política y social. Se necesita un cambio urgente de mayor sensatez, lucidez, tolerancia y sosiego en el resto de los grupos políticos como en la ciudadanía en general. Echando más leña al fuego y más gasolina esto se inflama y para incendios ya hemos tenido demasiados este verano. Como sería aconsejable dejar las banderas en paz y desde luego no usarlas como armas arrojadizas contra los que piensan de forma distinta, porque cuando un símbolo desune, desgarra, atemoriza, envalentona, saca a pasear y pastar a lo peor que llevamos dentro, ¿para qué sacarlo por muy patriotas que nos sintamos? Siempre acudo al poema de José Emilio Pacheco, Premio Cervantes, aunque me repita, porque lo dice mejor que nadie:
“No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, / fortalezas, / una ciudad deshecha, / gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, / montañas / y tres o cuatro ríos”.
Con este breve poema está dicho casi todo sobre bandos, banderas, patrias y ruido. Habría que aprenderlo de memoria, que es cortito.
Y me uno a la columna de Iñaqui Gabilondo de esta misma mañana, cuando esto escribo, refiriéndose a otro de los males que está surgiendo en estos días: un nacionalismo español, que por si fuera poco con el catalán, ahí los tenemos enfrentados en un estúpido y macabro choque de trenes. E igualmente al concepto del que hablaba el catedrático gallego, Antón Costas, largo y tendido y con profundidad, sobre “Retóricas de la intransigencia”, el título de un libro de Albert Hirschman, sobre el que habrá que volver cuando me documente más y mejor.
Sirvan ya estas ideas finales del libro:
“Mi pretensión es empujar el discurso público más allá de posturas extremas e intransigentes de una y otra clase, con la esperanza de que en el proceso nuestros debates se tomen más amistosos con la democracia”. Hermoso y oportuno recordatorio, comenta el catedrático de economía, Antón Costas, porque tanto el pensamiento neoconservador como el de la izquierda radical han manejado desde los años setenta demasiada palabrería al hablar en general de la “crisis de gobernabilidad de las democracias”.
En estos días sería bueno dejar los nacionalismos en casa y, si pudiera ser, mejor en el baúl de los recuerdos, estar dispuestos a dar la vida por diez lugares de nuestro país, cierta gente, puertos, bosques de pinos, tres o cuatro ríos, dialogar a fondo, respetar la ley y tratar de entender los sentimientos de los otros aunque los nuestros estén en las antípodas.

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