domingo, 24 de septiembre de 2017

HAIKUS EN LA QUERIDA


¡Ay, La Querida de Rodasviejas!, vas a ella ligero de equipaje, desnudo como los hijos de la mar, y vuelves a casa con las alforjas bien llenas de buenas ideas, hermosas sensaciones, las ocurrencias y estrategias más sugerentes... para continuar una temporada con las pilas cargadas. Un lugar perdido en el mapa, humilde y sencillo si los haya, en medio de encinas recias del Campo Charro, con un duende especial que engancha, por lo mucho que comparte y transmite, todo ello debido a la magia sabia de dos poetas inmensos, sensibles, preparados, currantes, pequeños genios del lenguaje, o grandes, yo me atrevería a decir, que cuanto tocan, desde su humildad y austeridad franciscanas, se convierte en oro molido que te enriquece: ellos son: Isabel Castaño y Raúl Vacas, tanto monta.
He ido unas cuantas veces, cuatro ya, y esta vez al taller de haikus, titulado “El arte de mirar”, gozosamente entusiasmado porque después de haber escrito más de trescientos haikus y hecho escribir otros tantos, he recibido una lección de humildad y sabiduría. Solo sé que no sé nada. Y ojalá lo hecho hasta aquí, dudando como buen eterno aprendiz, y lo que seguiré a partir de hoy con las lecciones del maestro y poeta, Raúl Vacas, más el grupo de colegas y amigos, sirva para seguir avanzando entre la niebla para poder adentrarme con más seguridad y acierto en el dulce y leve reino del haiku, ese mundo del silencio, del ritmo lento, de la austeridad, de la brevedad y del dulce encantamiento, tan lejano de un mundo gritón, acelerado, sin saber para qué tanta prisa, de la abundancia y el deseo enfermizo de más y más, ¿para qué tanto y tanto?, suelo susurrar.
“Mamá, mira”, Raúl nos muestra este verso de un niño haciendo haikus para llevarnos a su esencia, que no está en comprender el mundo, sino mostrarlo, observar la naturaleza y dar con el milagro de su sutil aleteo, aligerar el camino de preciosismos al uso pleno de metáforas y analogías y demás figuras literarias excelsas para palpar la desnudez de los seres en su desnudez más elocuente y bella que nos acerque al asombro, a la raíz de las emociones. Por ello el sustantivo es la clave, la escucha activa que los sentidos captan desde la pura observación de las cosas, la naturaleza a lo ancho de las estaciones. Porque hay que depurar, limpiar, quitar la hojarasca que impide ver la esencia del ser en su dimensión más pura. Pero, ay, yo me voy muchas veces por los Cerros de Úbeda y lo difícil.
Raúl Vacas nos lee un haiku precioso de un niño de ocho años, que ha hecho lo difícil: “Vendida mi vaca / se va / volviendo la cabeza”, aunque no se haya ajustado a la métrica exacta y nos sugiere encajarlo en los versos de rigor con 5,7 y 5 sílabas y, obedientes, intentamos hacer lo fácil. Allá va: “Vendo mi vaca / y vuelve la cabeza / cuando se va”. No hace falta más, ni necesita explicación alguna, solo basta detenerse ante la imagen: Un niño que vende su vaca y se queda huérfano y la vaca que vuelve la cabeza con la tristeza de lo que ha perdido. Es difícil decir más con menos.
De los apuntes del taller subrayo estas frases:
“Haiku es simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento”. Bashó
“El haiku es una fotografía, una instantánea, la de algo que sucede, de repente, para alguien. Hoy en día, cansados de discursos, entendemos mejor una imagen que un largo poema, nos dicen más las formas breves, las estampas, que los recitados, tal vez sea esta la razón de que tenga éxito, últimamente, ese pequeño poema, esa pequeña nada que se nos ha infiltrado en la poética inteligente y aburrida de Occidente”. Chantal Maillard.
Gracias, Isabel, Raúl, muchas gracias.
Por pudor no trascribo los haikus que escribí en el taller.

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