domingo, 17 de septiembre de 2017

LA ESPAÑA VACÍA


Hay libros que sales de ellos prácticamente como entraste, limpio de polvo y paja, pero existen otros de los que sales tocado: eres otro, un poco mejor, si cabe, y siempre cabe, un pelín más listo, dotado de un buen cúmulo de conocimientos, hasta más inteligente, porque te ha hecho dudar y te ha ayudado a desmitificar unas realidades tan llenas de prejuicios, verdades a medias, falsa mentiras, oropeles excesivos, añadiduras fáciles y sambenitos injustos y con el regalo impagable de un discurso envidiable por lo ajustado, fluido y ejemplar. Entre estos segundos está este que tengo entre manos y estoy paladeando como el mejor de los bocados acompañado de un buen vino.
Ni las Hurdes fueron tan deprimidas, primitivas y bárbaras, había otras muchas a lo largo y ancho de nuestra querida España similares en el siglo XIX y a principios de siglo XX, que es cuando unos y otros convinieron en describirlas como el ejemplo más indiscutible de la mayor de las miserias. Ni las Misiones Pedagógicas, a pesar de la buena voluntad de los “marineros del entusiasmo”, como los llamó Juan Ramón Jiménez a sus promotores, fueron el milagro de los milagros, una redención de misioneros entusiasmados, sino una pequeña gota de agua, con ser muy importante, en un mar reseco, despoblado y sin posibilidad de salvación con tres días de cultura, poesía y teatro. Ni la redención de la España rural pudo venir del franquismo, ni de la UCD, Alianza Popular, el partido Popular, ni posteriormente de los barones socialistas, porque habrían hecho falta unas políticas de mayor altura, más presupuesto y otra organización del territorio muy diferente. Y así estamos, no igual, sino peor. “Porque hay dos Españas, pero no son las de Machado. Hay una España urbana y europea, indistinguible en todos sus rasgos de cualquier sociedad urbana europea, y una España interior y despoblada, la España vacía”, esta es la verdad que nos va descubriendo el autor, a golpe de reflexión, análisis, valentía, revisando la historia, haciéndose muchos kilómetros, leyendo la literatura que en otro tiempo leyera distraído, acaso como todos nosotros, materiales para un ensayo lúcido, desmitificador y necesario. Marcamos distancia con el paisaje, nos dice el escritor, y también con las gentes que lo habitan y un desapego tremendo del hijo, que ya vive en la ciudad, por su cuna o la de sus padres.
”Frente al deseo de volver que impregna la literatura de Proust, los españoles tienen el deseo de huir. De ahí, en parte, la identificación de la meseta como un mar de tierra, y sus viajeros como marineros. Gentes de paso, sin raíces, que surcan parajes extraños en busca de aventuras, nunca en busca del reconocimiento de sí mismos”.
Es un ensayo original, valiente, incisivo y muy documentado, que se lee de corrido, y que invita a la reflexión permanente y a una nueva lectura de lo trillado; es un libro de viajes, que nada tiene que ver con otros libros del género, porque este va al fondo del paisaje, del paisanaje y de cuanto se ha hecho mal o a medias o no se ha hecho. Una obra que se agradece porque nos limpia el polvo de la dehesa, nos ayuda a quitar el moho almacenado de decenas de años de literatura y discursos falsos o de medias verdades y nos encamina en otra dirección bien distinta.
No diré a estas alturas que es altamente recomendable, que lo es, sino necesario. Se trata de “La España vacía – Viaje por un país que nunca fue”, de Sergio del Molino. Un lujo. Por eso está teniendo gran éxito de público y crítica. Un escritor que habrá que seguir de cerca.

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