miércoles, 30 de agosto de 2017

LLANTO POR LAS MADRES DE LOS HIJOS MUERTOS



No sé cómo será ni hasta dónde llegará el nivel de dolor de una madre que ha perdido a su hijo en un accidente o por culpa de la droga o por alguna de las múltiples enfermedades posibles, pero me imagino que casi-casi insoportable, quizá no haya sufrimiento mayor y por eso entiendo que dure muchos años y el duelo no acabe de irse nunca al igual que las heridas de las guerras.
Por eso mismo, no sé cómo será ni hasta dónde llegará el nivel de dolor de una madre del hijo que ha sido abatido y muerto por ser un terrorista asesino, pero me imagino que al sufrimiento de cualquier madre habrá que añadir más y, tal vez, mayores dolores: el primero, el de ser la madre de un asesino, sin saberlo ni tener culpa alguna, porque los padres son los últimos que se enteran de las fechorías de sus hijos y aunque sea larga su preparación, no ven, no se enteran, no se lo imaginan, les cuesta entenderlo -nos cuesta-; el segundo, no poder con el desprecio de tanta y tanta gente mirándolas con odio, rechazo y verse señaladas con el dedo hasta el final de sus días.
Por todo lo cual y, aun a costa de correr el riesgo de que no se comprendan mi sentir y pensar y hasta me tachen de tonto útil o inútil tonto sin remedio, seguiré en mis trece, no estoy solo, uniéndome al dolor de todas esa madres que nunca tuvieron que ver con la muerte de sus hijos, inocentes o culpables. Si fueron inocentes, harto dolor: ¿Por qué tuvo que ser él? Si fueron culpables, tanto sufrimiento, al menos: ¿por qué llegó a tal grado de locura y complot con la maldad y ser capaz de asesinar a sangre fría y a gente inocente? ¿Y por qué se extiende la culpa a quienes nada hemos tenido que ver con esas atrocidades, y todos esos mal nacidos entre gente de bien no saben cortar y poner las cosas en su sitio, y se extiende como inmensa mancha de aceite hasta inundarlo todo de sinrazón, miedo y más muerte?
Miro el llanto de las primeras madres y siempre me uniré a su dolor. Contemplo el de las segundas y añado dos motivos más: haber engendrado hijos asesinos, auténticos monstruos, lo espantoso de la muerte frente a la vida luminosa que un día sembraron, y esa parte de una sociedad injusta que las culpa sin piedad, creyéndose que la razón y la bondad están solo de su lado.
La fe de unos y otros mueve montañas y, a la vez, puede hacer estragos y, con frecuencia, los hace.
He recordado, en estos momentos, que en el delicioso libro de Gustavo Martín Garzo, “Todas las madres del mundo”, hay un capítulo dedicado a las “Madres de los asesinos”. He ido a buscarlo. Comienza así:
“Los asesinos no eran tan distintos de los otros hombres como se pensaba. También habían sido niños, asistido a la escuela, formado parte de un club deportivo y hecho la primera comunión en la parroquia de su barrio. Luego les había dado por matar... Y ellas, claro, sufrían en silencio viendo aquellas aficiones tan extrañas de sus hijos”.
Sufro en silencio con ellas, lloro a su lado.

Imagen: Madres y familiares de los terroristas de Barcelona

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