“Es verdad que nunca ayudé materialmente a izar el sol,
pero sé que estar presente allí era de suma importancia”.
Leyendo esta
frase del libro “Walden” de Henry David Thoreau, (1) de quien se celebra el
segundo aniversario de su nacimiento, me quedé tan prendido a ella que he
estado varios días dándole vueltas, hasta alargar así su mensaje:
-
Tampoco soy yo el más
listo, el más guapo, el más rico, el más todo, pero ni falta que hace si estoy
a gusto conmigo mismo.
-
Es verdad que pinto poco
yendo todos los domingos desde hace más de
dos años a ver a mi hermana que no se entera ni, seguramente, me conoce,
pero sé que estar presente allí un ratito con ella y con mi sobrino es de suma
importancia, para mí y ¿quién sabe si para ella?
-
Sé que con cada
artículo mío no descubro el universo ni siquiera ganaré con todos ellos ningún
premio importante, pero me basta con escribirlos y que sigan siendo fieles
seguidores algunos lectores y tengan palabras cariñosas.
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Es verdad que
nunca ganaré (ganarás) batallas que hagan historia, pero me basta (nos basta) con
estar presente en el batallar de cada día e intentar hacerlo lo más decente
posible.
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Soy consciente de
que no he estado a la altura, miles de veces, y me pesa, lo reconozco, y me
arrepiento, vaya si me arrepiento, sin apenas esfuerzo, lo que me llena un
pelín de orgullo, en comparación con quienes nunca han tenido que arrepentirse
de nada, y pareciera que son legión, algo que nunca acabaré de entender.
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Es verdad que
nunca subí el Everest, ni logré tomates dignos de mi humildísimo huerto, cuando
lo tuve, ni conseguí un curriculum brillante, pero sé que me esforcé y le puse
mucha pasión en muchos de los proyectos que he llevado a cabo. Algo es algo y
hasta mucho.
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No va más allá de
un detalle apenas significante agacharte y coger una flor entre las zarzas que
bordean el camino, pero es de suma importancia que al tocarla, mirarla y
acariciarla te hagas las preguntas más trascendentes: ¿Qué sentido tiene su
belleza? ¿Qué y quienes somos? ¿Qué
éramos antes de nacer? ¿Qué seremos después de morir? ¿Quién conduce este tren?
¿Y después de todo habrá más todo o más nada para todos? ¿Por qué no nos
sentimos mucho más hermanos de esa humilde flor que brilla entre las zarzas y
de las mismas zarzas?
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Es verdad que no
eran míos el mar, la montaña, el sol naciente, el horizonte crepuscular, el río
Sequillo de mi pueblo, el pinar, la luz de esta Castilla, pero por un momento
me penetraron tanto que me sentí su dueño.
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Las piquetas de
los gallos del romance de Lorca que cavan buscando la aurora, no son ellas
quienes la traen, pero la anuncian. No
necesitan más. Y es hermoso. Como de una belleza excepcional esos dos versos
del “Romance de la pena negra”.
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