jueves, 10 de agosto de 2017

EL CULTO AL CUERPO


El culto al cuerpo va adquiriendo una literatura abundante abierta a todo tipo de opiniones, desde las más comedidas y reflexivas hasta las más apocalípticas teñidas de excesiva vehemencia.
En principio habría que decir, viniendo de donde venimos, que ya era hora de que cultiváramos, cuidáramos y mimáramos algo que es profundamente nuestro, nuestro propio cuerpo, nuestro hermano, nuestro amigo, nuestro más yo, pero nunca enemigo de alma, como se nos dijo, porque es uno con ella, nacieron juntos y tienen el mismo destino final, la ceniza o la gloria, según las creencias de cada cual, respetando a quien lleva unas u otras. Bien, por lo tanto, por el culto al cuerpo, cuando no se sale de madre y se le endiosa por encima de todos los dioses y los valores humanos.
Porque quizá nos hayamos pasado muchos pueblos al poner el músculo por encima de la cabeza y de la mente y la industria al servicio del dinero a cualquier precio, convirtiendo al cuerpo en un dios más y rebajándolo a esclavo fiel. Mal, muy mal, y peor si ese culto lleva a asesinar el alma.
Y menos quiere decir que no haya ido en detrimento de atender como se merecen las facultades del alma que de niños aprendimos conforme a lo que decía San Agustín como fiel discípulo de Aristóteles: "El alma dispone de estas tres cosas, memoria, inteligencia y voluntad, pero no son tres vidas, sino una sola vida, ni tres mentes, sino una sola mente, tampoco tres sustancias, sino una sola sustancia”. Y claro que ha ido en detrimento, porque a veces ponemos el carro delante de los bueyes, desordenando el orden natural de las cosas y dando más importancia a lo material por encima de la mente y sus cuidados,. Sin memoria, somos menos que nada y sin entendimiento bastante más por debajo que las bestias. Y sin voluntad firme, asentada sobre roca, no somos más que marionetas, seres amorales, juguetes necios, sin rumbo, fundamento y valores, pero con la memoria, el entendimiento y la voluntad en sus puestos de honor nos colocamos a la mayor altura en cuanto seres llamados a lo más sublime, capaces de ir creando nuestra propia biografía con decisión y plena libertad.
Lo grave son las arrugas del cerebro, lo aprendimos también de uno de nuestros más grandes sabios: “No son las arrugas del rostro las que deben preocuparnos, sino las del alma”. De ahí la importancia capital de mantener en forma esas facultades poniéndolas en contacto permanente con la belleza, la bondad y el pensamiento, propios de de una mente activa, sana y despierta en continuo desarrollo.
Pero quede claro que la carne no tiene por qué ser enemiga del alma, ni distinta de ella, sino la mejor amiga que va con nosotros a todas partes con sus mejores caricias y la ternura que late en cada mejor latido y brota a flor de piel cuando al lado pasa otra carne cálida y amiga.
Cuerpo y alma convertidos en un mismo ser, conviviendo acoplados en la misma sintonía, en simbiosis total y perfecta, admirados, queridos, cultivados y mimados, y cada uno en el lugar que le corresponde. Ese, a mi juicio, es el camino.

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