miércoles, 19 de julio de 2017

EL QUIJOTE, DESDE EL PRINCIPIO HASTA EL FINAL


Ahora ya puedo volver a releer El Quijote y detenerme en aquellos espacios que más recrean e inspiran, después de haber cumplido el compromiso de leerlo desde el principio hasta el final, compromiso que se iba retrasando en exceso y que he cumplido este verano, loco de fríos y calores en demasía, en solo dos semanas y un día, para mi ritmo una exageración, porque me gusta la lectura lenta y sosegada con el boli en la mano y haciendo que tome asiento la reflexión serena, disfrutando de los hallazgos literarios y permitiendo que la lectura como lluvia fina vaya calando hacia dentro.
Mi primera impresión, a bote pronto, como se lo comentaba a Inés, mi hija mayor, cuando estaba en medio de la refriega: “No en vano” estamos ante la obra cumbre de la literatura española y una de las más relevantes de la literatura mundial. No en vano.
Observación primera, a vuela pluma, que ni don Quijote es tan loco como aparenta, porque derrocha sabiduría por los cuatro costados, admiración y valoración hacia su escudero salvando los muchos atropellos y salidas de tono desabrido de una mente extraviada, como ambiciosa su meta: “deshacer agravios, enderezar entuertos, enmendar sinrazones, corregir abusos y satisfacer deudas”; ni Sancho tan tosco y analfabeto como parece a primera vista. Hay en él mucho fondo, sentido común, inteligencia y pragmatismo. Y ambos -he constatado lo que aprendí en la magna obra de la Literatura Española de Alborg: la quijotización de Sancho y la sanchificación del Quijote según el criterio atinado de Salvador de Madariaga- se quieren, se valoran, se influyen y, queriendo o sin querer, captan y se adueñan de lo mejor del otro y de su personalidad. Y uno se va enamorando de los dos personajes como de su creador.
Me sigo quedando muy a gusto con la categoría humana, libre y valiente de la pastora Marcela y su discurso feminista: “Yo nací libre, y para poder vivir elegí la soledad de los campos...”, y don Quijote al quite: “Nadie, de ningún estado ni condición, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en mi furiosa indignación”..., que tantas veces he leído en privado y en público.
Con el sentido poético y transformador de la realidad cruda y gris del Quijote soñador y aventurero, viendo castillos donde solo eran ventas, gigantes donde molinos de viento, doncellas hermosas donde mozas ni tan doncellas ni tan hermosas... Y su idealismo.
Con el sentido práctico y a ras de la realidad, tal cual, los pies en el suelo, el deseo apasionado de salir de su estatus social, ser alguien en el mundo y el progreso increíble en su discurso y forma de pensar y decir que le saca de su zafiedad, de Sancho. Y su realismo.
Dos semanas, intensas, gozosas, que perdurarán en mi biografía de lector, paladeando una prosa excepcional, el retrato admirable de unos personajes apasionantes como don Quijote, Sancho y la pastora Marcela, la acción múltiple y constante plena de historias, múltiples novelas dentro de la novela, los espléndidos y profundos soliloquios, coloquios y porfías, la reflexión pertinente sobre los grandes temas como la vida y la muerte, el amor y la amistad, la verdad, la justicia y la mentira, el ideal político, sin olvidar el humor, naturalmente, y una polifonía de voces riquísima y una sabiduría, a flor de página, muy humana y casi, diríamos, divina.
Y si llegamos con la lengua fuera a la página 500, que no ha sido el caso, nos queda la mejor parte, la segunda, hasta la página 2018, en la versión adaptada al castellano actual que ha hecho, con gran acierto, Andrés Trapiello.
¡Qué inmensa aventura leer entero El Quijote!

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