jueves, 13 de julio de 2017

CUANDO LAS PALABRAS SALVAN


Decimos con frecuencia que las palabras hieren, que las palabras ofenden, que las palabras matan, pero deberíamos hacer hincapié asimismo en la otra cara de la moneda, la de las palabras que sanan y salvan. El mejor ejemplo, sin parangón, lo tenemos en la literatura: Scherezade logra a través de la palabra, hilvanando una historia tras otra, salvar su vida de las garras asesinas del sultán Shahriar. Frente al poder absoluto y destructor del sultán brilla con luz poderosa y vencedora la palabra mágica, literaria y salvadora de Scherezade.
Sabes que la historia cuenta cómo el sultán Shahriar desposaba una virgen cada día y mandaba decapitar a la esposa el día siguiente. Todo esto lo hacía en venganza, pues encontró a su primera esposa engañándole. Ya había mandado matar a tres mil mujeres cuando conoció a Scherezade, quien inicia una narración que dura toda la noche y mantiene así al rey despierto, escuchando con asombro e interés la primera historia, de modo que pide que prosiga el relato, y así después de mil y una noches de diversas aventuras, y ya con tres hijos, “no solo el rey había sido entretenido sino también educado sabiamente en moralidad y amabilidad por Scherezade”, quien de concubina pasa a ser esposa del rey. Fue la palabra la que salvó su vida y la de otras muchas mujeres que hubieran tenido la misma mala suerte de las tres mil primeras que se había pasado a cuchillo el sultán sanguinario.
“Si he perdido la vida, el tiempo, todo... / me queda la palabra. / Si he sufrido la sed, el hambre, todo... / me queda la palabra. / Si abrí los labios para ver el rostro /
puro y terrible de mi patria, ... / me queda la palabra”, nos dejaron de regalo, Blas de Otero en el papel y en la voz Paco Ibáñez.
Nos queda la palabra que nos salva y nos eleva, nos rescata y nos impulsa a salvar vidas como Scherezade, como la palabra de los libros sabios que se han quedado para siempre a convivir con nosotros y hacernos la vida más llevadera y agradable. Eso hace el escritor, todo escritor salva las palabras de la muerte y nos las entrega convirtiéndose en ideas fuerza para un pensamiento más resistente y una acción transformadora.
El mayor de los profetas, Jesús de Nazaret, salvó la vida de la adúltera con solo estas palabras: “El que de vosotros este libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y se fueron todos como alma que lleva el diablo.
Para viajar lejos no hay mejor nave que un libro, decía Emily Dickinson, no hay mejor nave que una nave de palabras, podríamos añadir, que nos llevan no solo a países lejanos, que también, sino a esos rincones más desconocidos de nuestro interior que nos los descubren y nos dan alas para crear y recrearnos. Duermen en el libro y nos despiertan, navegan en la nave y nos descubren el mundo y sus alrededores.
Y no hablemos de esas palabras sencillas, cotidianas, leves como leves suspiros que nos acompañan, nos acunan, nos alientan, sacan lo mejor de nosotros mismos, nos defienden, nos acarician, nos impulsan a transformar las cosas y la vida misma... desde que nos despertamos de mañana hasta que volvemos de nuevo a la cama ya entrada la noche. Palabras, palabras, palabras, como el aire, como el pan y la sal, como la sangre que corre invisible por las venas. No, no todas las palabras se las lleva el viento.

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