jueves, 11 de mayo de 2017

SUEÑOS DE MADRE E HIJA



No hay en la tierra sueño tan feliz, ni sueños tan relajantes como ambos y tan distintos.
La hija, dando marcha atrás, queriendo seguir nadando en el vientre cálido de su madre, que nos hace recordar los asombrosos versos de Juan Gelman: “¿Estábamos bien, juntos así, yo / en vos nadando a ciegas?”. Sí, con el mejor de los lazarillos que le lleva en volandas desde el lugar más seguro que nadie pudiera soñar mejor. Por eso mismo siempre querrá estar volviendo a ese paraíso perdido de la infancia, el paraíso de los brazos de la madre en donde no impera el tiempo voraz.
La madre avanzando la biografía de su niña que quisiera liberarla de todos los peligros que en el mundo existen, por ejemplo, esos tan cercanos aquí y allá desde cuando el macho acababa de bajar de los árboles y no termina de adentrarse en el mundo de la ternura, la civilización y una educación ciudadana fundada en el respeto y la delicadeza como norma de vida, o cómo será su vida si la hija muere antes que ella, lo que es un contrasentido a todas luces. Por esa vereda van sus sueños y se despierta de vez en cuando sobrecogida y excitada y solo se serena sintiendo el profundo y sereno dormir de su hija.
Hay imágenes que curan, que apaciguan, que transmiten serenidad y una calma infinita. Tanto que no es posible salir de ellas con la agresividad en ristre y el insulto en la boca ni con ganas de hacer daño a nadie ni a nada. Imágenes que salvan, que atemperan, que dulcifican la mirada. Y no sabrías distinguir si es más impactante y contagiosa la de la madre o la de la hija-bebé, o ni te lo planteas, porque prefieres quedarte a solas con las dos haciendo guardia para que ahonden más y más en tu mirada y pasen a los entresijos más hondos de tu alma y hagan su aposento, frente al frío de la calle, la violencia de los rincones sombríos, lo agresivo que se pone con frecuencia el vivir por bagatelas de tres al cuarto.


Nota no tan al margen para un aporte de la crítica:
“Los historiadores del arte coinciden en señalar el carácter ecléctico de su estilo pictórico; y se han apuntado, entre otras, referencias al arte del antiguo Egipto, a la cultura Micénica, a la Grecia clásica y al arte bizantino. Hombre de formación clásica, Klimt no sentía sin embargo reparo en manifestar su entusiasmo por el arte de artistas medievales —como Durero— o exóticos —como los artistas de la escuela Rinpa japonesa—”.


Detalle del cuadro Las tres edades de la mujer de Gustav Klimt

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