jueves, 16 de febrero de 2017

OJO CON LAS PALABRAS QUE SALEN DE LA BOCA


Me ha gustado el título de la página de psicología de “El País Semanal” del último domingo: “Las palabras que el viento no se lleva”, porque es cierto que las palabras no suele llevarlas el viento. Hay palabas que hieren y palabras que matan, palabras que son una bendición y palabras que salvan. Saramago tiene un capítulo espléndido dedicado a ellas que empieza así: “Las palabras son buenas. Las palabras son malas. Las palabras ofenden. Las palabras piden disculpa. Las palabras queman. Las palabras acarician”. Por eso es bastante desacertado sostener que “las palabras se las lleva el viento”, que “lo que valen son los hechos” y con cierto aire de desprecio decir: “bah, son solo palabras”.
Para el economista y consultor Gerver Torres “una palabra nos puede derrumbar con tanta fuerza como la de un martillazo, y otra, levantarnos con la energía de un buen empujón”. Todos hemos sido testigos, más de una vez, y centro de diana de algunas palabras que nos han herido profundamente y otras que nos han encendido el ánimo y reconfortado durante mucho tiempo.
En la novela que estoy leyendo y disfrutando en estos días, “Ave del paraíso” de Joyce Carol Oates, se describe el lenguaje que utiliza Aaron Krull de manera contundente: “joder, cabrón, gilipollas, hijo de puta...”, dirigido a chicas, mujeres y muchachos más débiles como si disparara en el vertedero contra las aves carroñeras, las ardillas, perros y gatos callejeros: “pum, pum, pum”. Esas palabras, la manera de decirlas y a quien se dirigen, no son en absoluto nada inocentes.
Es relevante el siguiente dato según algunos estudios que dice que se necesitan cinco palabras positivas, por ejemplo de elogio, para compensar una negativa, por ejemplo irrespetuosa o humillante, lo que nos debería llevar a pensar el peso específico y tremendo que algunas palabras conllevan y pueden generar, que no se contrarrestan con una palmadita en el hombro o una simple palabra de disculpa para paliar el daño que se ha cometido.
Obras son amores, pues claro, como las palabras, pero esto se nos había olvidado, nos lo habían hecho olvidar al hablar solo de los hechos y de las imágenes y su valor. Y hasta no se nos había ocurrido que una palabra puede valer más que mil imágenes y el silencio ser más elocuente que mil palabras. Se nos olvidó o no lo aprendimos nunca.

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