lunes, 6 de febrero de 2017

LEER Y NAVEGAR



Quizá eso sea leer, además de mil cosas más, claro: navegar por cien mares, no importa si para llegar muy lejos o para no salir del propio corazón regado de buena letra y del propio cerebro insuflado con el mejor de los oxígenos no contaminados. Y no solo de la mano de Julio Verne, sino también de todos los más grandes y los más pequeños, que nos acompañan en este viaje del vivir.
Leía esta misma mañana, permitidme el inciso, lo que dice Enrique Vila Matas de la escritura: “Escribir es corregir la vida, es la única cosa que nos protege de sus golpes y sus heridas”. Pues lo mismo: Leer es corregir la vida, es la única cosa que nos protege de sus golpes y sus heridas, nos ofrece calor de hogar y pone en tela de juicio nuestras certezas.
Pero sigamos con el dibujo y la metáfora que encierra.
Leer es navegar, surcar los mares que nos regala cada autor para adentrarnos en su vida, o la de sus personajes, sus sueños, sus ideas y sus deseos, cómo llevan la vida, unos y otros, cómo nos la muestran y cómo se enfrentan a ella, qué pautas casi entre líneas nos van marcando, casi sin pretenderlo, porque si son maestros y sabios serán humildes y no pretenderán ni ser maestros de nadie ni sabios, sino sabedores de que nada saben y lo ignoran casi todo como buenos sabios, que es de los que más se aprenden.
Leer es ir al fondo de uno mismo mientras se recorren páginas, como mares, caminos, pueblos y ciudades... que no son sino el espejo en donde se reflejan las mil caras de nuestra personalidad.
Leer es buscar a los otros para que nos abran sus puertas de par en par, nos den luz y cobijo, o sobresalto, un café caliente si es de mañana y a media tarde o cuando anochece una copa de buen vino para continuar remando, navegando y llegar a los mejores puertos que siempre están a la espera deseando deslumbrar o atemperar al cansado de tanto trasiego por el áspero mundo.
Leer para ver más, escuchar las mejores letras de las sinfonías mejor acabadas, y en caso de ser inacabadas para terminarlas como buenos y creadores lectores, compartir el pan y el vino, detenerte entusiasmado cuando lo que lees ya lo has pensado más de una vez y se ha quedado agazapado con cierta timidez pensando que si era tuyo no tendría apenas valor alguno, poder entrar sin pedir permiso en las casas y sus secretos, en las almas y sus pasiones, en los cuerpos y sus afanes alicortos o desmedidos, pulsar las emociones de los vivos y los entes de ficción similares a los tuyos que te dejan cierto regusto de no ser tan raro y único como creías ser. Son de la familia y tú no eres de otro planeta. ¡Qué descanso!
Leer para saber más, para regalarte una vida buena, para calentarse en el fuego de los otros... y navegar para recorrer mares, conocer mundos, ir más al fondo y adquirir una conciencia más despierta y despejada.
Lo dijo mejor que nadie Emily Dickinson:
“No hay fragata como un libro
para llevarnos a tierras lejanas
ni corceles como una página
de burbujeante poesía
-esta travesía el más pobre puede hacer
sin la opresión del peaje-
cuán frugal es el carruaje
que lleva el alma humana”.

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