lunes, 23 de enero de 2017

¿ME CONCEDES ESTE BAILE?




Oh tiempos, oh costumbres... de mi infancia y, acaso, también en tu memoria. Era el baile de los domingos o de la fiesta del pueblo. Todas tan sentadas, tan guapas, tan bien vestidas, las faldas recién planchadas, esperando a los mozos del lugar que las sacaran a bailar. Preciosas, un mucho expuestas al mejor postor que se acordara de ellas, y la palabra mágica: ¿me concedes este baile? Y aunque un tanto pasivas, tenían el poder de decir sí o decir no, menso mal, de dar rotundas calabazas o hacerse de rogar o, aun a regañadientes, aceptar, por no desairar, al mozo tan poco airoso y agraciado. Y vendría el que fuera de su agrado y con el que se sentiría, a buen seguro, hasta orgullosa.
Visto desde la lejanía y hasta con cierta nostalgia de tiempos idos, que ya no vuelven y que se pierden en las telarañas de la memoria, logran brotar una media sonrisa y más de una reflexión sobre un mundo tan encorsetado, tan expuesto al qué dirán que cortaba toda iniciativa y no había más camino que el del fiel y obediente rebaño uncido a la ley rígida de la tribu, con tan poca libertad por el miedo al libertinaje que tanto se denostaba desde los púlpitos de la época, una separación de los sexos tan dramática, anormal y absurda, teñida de miedos y machismo, y un refranero bárbaro que cantaba alabanzas a la sumisión y a lo más rancio y zafio del pensamiento libre: “La mujer casada con la pata quebrada y en casa”.
La ideología de la época era abundante y siempre en la misma línea:
“La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular -o disimular- no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse. La dependencia voluntaria, la ofrenda de todos los minutos, de todos los deseos y las ilusiones, es el estado más hermoso, porque es la absorción de todos los malos gérmenes -vanidad, egoísmo, frivolidades- por el amor”.
“Ten preparada una comida deliciosa para cuando él regrese del trabajo. Especialmente, su plato preferido. Ofrécete a quitarle los zapatos. Habla en tono bajo, relajado y placentero”.
“Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es siempre más importante que la de una mujer. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar. Si tu marido te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes”.
De ahí venimos. No sería bueno olvidarlo. Por fortuna los tiempos cambian y siguen cambiando. Llegaron nuevas costumbres, otras ideas, se publicó, a mediados del siglo XX, “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir, que comenzó a remover las aguas y que algunos leímos con gozo y asombro, considerada como una de las obras fundacionales del Feminismo y de los nuevos y buenos aires, que uniría, tras una larga y espléndida cosecha, la última y deliciosa novela que he leído recientemente de Dacia Maraini “La larga vida de Marianna Ucría”.
... ¿Bailamos?, le dijo ella con una sonrisa tan fresca y espontánea que él no pudo más que seguirla hasta la pista, como dos colegas, como dos amigos, como dos posibles amantes, iguales ante la ley, en el baile y en la cocina, en la cama y en el cuidado de los hijos... Mujer y hombre, hombre y mujer, llevando, codo a codo, las riendas de la vida y del mundo.
Y aun cuando queda mucha tela que cortar y camino a recorrer, por fortuna, los tiempos han cambiado y van cambiando.
Foto de Gabriel Casas. Gracias, Engracia Martínez, por descubrírmela

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