lunes, 30 de enero de 2017

DEJEMOS DE HABLAR DEL TIEMPO


Ahora que se han ido las nieves, las nieblas, las heladas y los fríos es hora de dejar de hablar del tiempo para hablar, del gobierno, si hiciere falta, tanto si llueve como si no llueve, y sobre todo de aquello que nos preocupa en verdad y de lo que debemos principalmente ocuparnos.
Como es hora de que los telediarios y las noticias de las 2, las 3, las 8, las 9 y las 24 dejen espacio para otros temas de mayor enjundia, sutileza e interés. Porque estamos saturados, nos han saturado, nos hemos empecinado y rebosado todos los vasos del monotema: nieve, viento y frío.
Porque, insisto, hay miles de cosas, temas y asuntos más importantes a los que dedicar nuestro tiempo, una vez que ya nos lo han dicho todo y nos hemos quejado hasta la saciedad, hasta que volvamos a hacerlo cuando lleguen los calores sofocantes del verano próximo que será como todos, grados arriba grados abajo. Y porque no es bueno y saludable desviarse, escaparse de allí donde nos duelen las historias, ni dejar que nos engañen, nos traten como si fuéramos imbéciles, ni permitir que nos aturdan y nos encandilen con banalidades, pues es necesario acaso más que nunca afinar mucho el espíritu crítico. Y decir nuestra palabra, ni una más, para escuchar las palabras de los otros con el respeto que se merecen. Y que ahora que han pasado los fríos los centros de salud se pongan al día, las listas de espera tengan menos espera y las urgencias menos aglomeraciones porque hay más recursos.
“La fijación con la climatología es una forma de escapismo fomentada para no reparar en la catástrofe social que nos rodea. ¿Se han dado cuenta de que ya nadie habla de los refugiados? Sí, de los primitos del niño Aylan. Está muy bien dar cuenta de que los pasajeros del AVE han sido bloqueados varias horas cruelmente en Albacete, pero hay familias enteras abandonadas bajo toldos porque nadie ha movido un dedo por ellos en dos años”, escribía en una de sus magníficas columnas recientes en EL PAÍS, David Trueba.
Porque si de catástrofes se trata nada como las de los miles de refugiados que deambulan de país en país, perdidos, sin brújula, sin nada que llevarse a la boca o solo la escasa comida de alguna ONG, durmiendo en tiendas de campaña a muchos bajo cero, y sin futuro, por encima de todo sin futuro que llevarse a sus vidas, posiblemente la mayor de las desgracias.
Porque no hay que olvidar el paso de Obama y Michelle por la Casa Blanca, su ideología, su estatura moral, su talante humanista, que nos hacen mejores, y habrá que estar del lado de las multitudinarias manifestaciones de mujeres que llenaron las calles de las grandes ciudades americanas y de gran parte del mundo, al día siguiente de la toma de posesión del nuevo inquilino de infeliz memoria, para estar a su lado y lejos de “las mentiras, los insultos, la amenaza y la zafiedad de Trump”, como decía Iñaqui Gabilondo al que dedicaba una de sus colaboraciones soberbias en las mañanas de la SER. ¡Vaya semana negra!
Sí, por favor, dejemos de hablar del tiempo para dar paso a los grandes temas de nuestros días, de nuestro tiempo. Nos va en ello nuestra suerte, que es el sentido de estar aquí y ahora, despiertos, despejados y comprometidos.

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