lunes, 3 de octubre de 2016

LA GRANDEZA DE LAS VÍCTIMAS



“Yo puedo abrazar a un guerrillero hoy sin dolor... Yo no puedo olvidar nada de lo que sufrí, pero sí puedo perdonar. Ahora solo espero que el acuerdo se cumpla”, ha dicho una mujer de Colombia, una de las miles de víctimas de una guerrilla atroz que ha durado más de medio siglo. Esto mismo viene a decir, en su voluminosa e inmensa novela “Patria”, Fernando Aramburu: La historia de Eta nos habla de la imposibilidad de olvidar y la necesidad de perdón. Me hallo enfrascado en ella.
Esta vez, con todo derecho, puede decirse que el 26 de septiembre ha sido un día histórico y el adjetivo utilizado no se ha usado con la frivolidad e inexactitud de costumbre.
Por eso quien llega a poder mirar a los ojos de los asesinos o abrazarlos, se apoderan de una aureola de grandeza que sobrecoge y no puede por menos de hacer brotar una enorme admiración por haber llegado a las más altas cotas de la capacidad de perdón, de bondad y de generosidad.
Leí, cuando salió, hace nueve años, “El olvido que seremos”, la maravillosa obra de Héctor Abad Faciolince, sobre el asesinato de su padre, con sobrecogimiento y una entrega total a cada página, escrita con mucho amor, no poco dolor y una liberación ejemplar. Y ahora, a raíz del acuerdo de paz entre el Gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC, vuelve el escritor sobre el tema y la describe así: “una guerrilla despiadada, sanguinaria, que cree firmemente y con fanatismo mesiánico en la última religión del siglo XX, el comunismo marxista leninista”, en un artículo espléndido que te deja tocado, todo él, y principalmente el último párrafo:
“”Yo le preguntaría a mi excuñado (a quien comprende y admira aunque no esté de acuerdo con él por votar NO en el plebiscito sobre la paz) lo siguiente: ¿No es mejor un país donde tus mismos secuestradores estén libres haciendo política, en vez de un país en que estos mismos tipos estén cerca de tu finca, amenazando a tus hijos, mis sobrinos y a los hijos de tus hijos, a tus nietos? La paz no se hace para que haya una justicia plena y completa. La paz se hace para olvidar el dolor pasado, para disminuir el dolor presente y para prevenir el dolor futuro”.
No cabe duda de que la poesía como la prosa, cuando tocan techo, dan a la palabra un valor que conmueve, estimula y te obliga incluso a cambiar muchos de los principios inmutables en los que descansabas de manera en exceso candorosa. (Y no digamos si en lugar de palabras son hechos). Todo el libro del escritor colombiano, “El olvido que seremos”, como el artículo al que me vengo refiriendo: “Ya no me siento víctima”, publicado recientemente en el Cuaderno Literario de EL PAÍS, BABELIA, están dotados de esa altura de la palabra virgen y regeneradora a la que llegan algunos elegidos. Héctor fue víctima por partida doble: a su excuñado le secuestraron dos veces las FARC y su padre fue asesinado a mano de los paramilitares. Y trata de ver la vida desde la barrera del perdón y la lucidez.
Algunas de las muchas víctimas de nuestro país igualmente han demostrado un talante similar que es de agradecer y de admirar ante el clima de venganza que nos sale con frecuencia desde las vísceras y la caverna.

Nota no tan al margen: Esto pensaba y escribía hace unos días, el día 26 de septiembre exactamente, cuando firmaron el acuerdo de paz. Y ya sabéis lo que ha pasado. En la votación ha vencido el NO. ¿Esto quiere decir que ha fracasado otra oportunidad a la PAZ y volverá el uso de las armas, de nuevo la guerra y por lo tanto la muerte de inocentes? Habrá que seguir dándole más oportunidades y entre la justicia total y el ojo por ojo sepan escoger el camino más imaginativo de la paz y del perdón. Y ya lo sabes: Con Héctor Abad hemos aprendido que: “La paz no se hace para que haya una justicia plena y completa. La paz se hace para olvidar el dolor pasado, para disminuir el dolor presente y para prevenir el dolor futuro”.

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