viernes, 22 de julio de 2016

¿POR QUÉ NO HABLAS?




De un tiempo a esta parte advierto tanto en mí como en algunos otros que, a medida que la tertulia avanza y el debate cobra fuerza y vehemencia, nos quedamos como bloqueados, no entramos al trapo y ni siquiera a dar tímidamente nuestra opinión, y una vez que no has estado en la refriega ya no se oyen ni tus tímidos lamentos ni tus oportunas aportaciones, en el caso de que lo fueran. Quizá se deba a que por naturaleza no somos polemistas, hay que ser ágiles y veloces en la defensa de las propias convicciones y responder al adversario con cierta rotundidad y quizá nos falte ritmo, velocidad, reflejos, aunque puede suceder que el demasiado ruido nos dificulte a muchos la concentración necesaria y la fácil y atinada respuesta. Porque, bien es verdad que navegamos demasiado deprisa, sin detenernos a contemplar las riberas frondosas, las luminosas orillas y todo lo que va sucediendo a nuestro lado, sin madurar los temas, y sin apenas tiempo para la reflexión serena. Avanza el debate y te alejas cada vez más porque te das cuenta de que, además del ruido, tocamos los temas con excesiva superficialidad y hasta cierta dosis de alboroto, sin el conocimiento elemental mínimamente exigible, con muy pocos datos y frágiles argumentos, como si de hablar por hablar se tratara. Ves la tertulia desde la barrera, quizá demasiado cómodo por tu parte, pero no deja de tener ello su ángulo de visión interesante: ver los toros desde la barrera y la refriega desde la lejanía. No te mojas, pero es que muchas veces es mucho mejor no mojarse en vano.
Esta noche, entre sueño y sueño, tras una velada larga entre amigos, pensaba en estas y otras cosas, y como hoy es viernes acudo a la cita de mi amigo Luis Alonso que dice, como siempre, con tanto acierto:
“Callar en ciertos casos puede ser de lo más voluptuoso, sobre todo si es en medio del griterío. Cuando los impacientes te interpelan para que te pronuncies, para que manifiestes dónde y de parte de quién estás, es un placer maravilloso dar por respuesta una sonrisa enigmática”.
Otro punto de vista y no deja de ser una buena salida (cuando la algarabía se sube por las paredes) la de callar, y sonreír si alguien solicita tu opinión o tu postura.
Podríamos terminar, para conseguir un buen debate y una amena tertulia, apuntando estos detalles nimios: no monopolizar el tema; hablar con conocimiento de causa y algunos datos objetivos, al menos; no ignorar a nadie de los presentes, aunque denoten estar ausentes; escuchar, para lo cual es aconsejable callar de vez en cuando; no creer que la vehemencia y el grito añaden más veracidad y razón a lo que se expone y siempre-siempre antes de levantarse hacerlo como lo suelen hacen los caballeros y las señoras.
De todas formas no estaría de más añadir al famoso “¿por qué no te callas?”, ¿por qué no hablas, si llevas callado mucho tiempo?

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