viernes, 10 de junio de 2016

LA CASA, DONDE TANTO PASÓ




Esta estampa es fruto del paso del tiempo airado y duele, aunque infinitamente más duelen las casas, barrios enteros y hasta ciudades derribadas y destruidas dejando entre el polvo y los escombros la huella siniestra del odio.
Pero vayamos a esta imagen que nos ha regalado la cámara mágica de Mª Jesús Prieto. Aún se mantiene en pie y erguida, aunque de qué manera, ya no es lo que fue, ni su sombra, ni se oye el aliento humano que tantos días de gloria le tocó en suerte. Quizá no quede nadie de cuantos la habitaron, es demasiado el abandono y la soledad. No se ha venido abajo porque no hace tanto que se marchó el último dueño a tenor de la antena parabólica, pero ya está enseñando todos sus huesos y costuras y, como el tejado está también tocado, diríase que tiene los días contados.
Estamos ante una casa de labradores: arriba la vivienda y abajo los establos para el ganado y los aperos de la labranza. Fiel testigo de todo cuanto hubo y fue: magníficas y escasas cosechas, días de saludar al cielo por la lluvia y el viento beneficiosos que enviaba de forma generosa, tardes de bajar con desesperación la cabeza ante el granizo que se llevaba el sudor de todo el año, noches de interminables tertulias al calor del hogar y el buen vino de la tierra rica en vinos, y celebraciones por todo lo alto de bodas, bautizos y fiestas, que la austeridad no estaba reñida con tirar de vez en cuando la casa por la ventana.
Siguen ahí, cómo no, después de tantos años de risas y lágrimas, dolores de parto y de los otros, de ver cómo crecían los frutos de la tierra y una familia numerosa bien unida y mejor avenida porque los padres y los abuelos habían ido marcando unos valores que servían para ir a derecho y con decencia por la vida.
... Y te adentras, escalera arriba, y ahí está el rincón del abuelo, que heredaría del padre y lo hizo suyo; el taburete de la madre, que había sido de la abuela de su abuela, en donde se pasaba las largas horas de las tardes cortas y largas, remendando y recosiendo sábanas, camisas y calcetines. Te llega todavía fresco el olor de los guisos de la abuela y después la madre.
... Y te detienes en el comedor, lugar de todo y para todo, que se usaba en los días de fiestas y lugar de estudio de los hermanos que podían hacer carrera...
... Y siguen los ecos de otros tiempos con pasiones y sentimientos similares a los de ahora mismo, palabras recias unas veces y otras tantas tiernas, agazapadas en los rincones entre las telarañas del olvido que todo lo lleva al fin para no quedar piedra sobre piedra o adobe sobre adobe como es el caso. Y tantas historias como aquí se narraron en las largas noche de invierno. Pero un rumor lejano te llega a la memoria y te atrapa tan fuerte que nunca termina de irse porque toda casa guarda las esencias de quienes fuimos un día y acaba siendo “la casa encendida” de siempre.

2 comentarios:

Carmen Cubillo dijo...

Bella imagen, bellos recuerdos de la infancia, la casa de los abuelos, que época tan distinta de la que vivimos, a mis nietos, les cuento, ellos que tienen tanto, y con que poquito eramos felices.

ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ dijo...

Gracias, Carmen. Quizá es que en lo poco sabíamos que teníamos que encontrar lo mucho.