martes, 14 de junio de 2016

UN BUEN CONTADOR DE HISTORIAS



Desde el inicio de los tiempos parece darse una enorme distancia entre los viejos y los niños, que no es tal, porque unos y otros se han encargado de aminorarla con mucha dosis de ternura y el juego hábil del encantador de serpientes, por un lado, y los ojos como ventanales de los pocos años que tantean entre el miedo y la complicidad para ver qué sorpresas les depara el próximo juego que está al caer, por el otro, con lo que habrá que inventarse cómo sucederán las rápidas viñetas de una bonita serie que está a punto de empezar y nadie sabe su final, porque a partir de esta tarde vendrán otras muchas en las que el viejo, invariablemente, esperará impaciente a la niña que le escuchará los cuentos mejor narrados por quien fue maestro de aquella estirpe de sabios contadores de historias que dio la Segunda República.
El comienzo siempre es el mismo, y ¿cómo te llamas?, para que aflore la autoafirmación como rompeolas-rompemiedos y algunas preguntas más lo suficientemente sencillas para respuestas seguras, que irán rompiendo el hielo de la distancia y haciendo posible la cercanía y la puerta abierta al juego. ¿Y tú?, le preguntará la niña, ese tú de los niños a los más ancianos de tanta frescura, porque para los niños no hay distancia y los años no separan, niños de pocos años con hambre de besos y juegos que deberían durar hasta el primer sueño o toda la vida en calidad de sueño.
Y comenzó a contarle los cuentos más famosos de la literatura infantil con algunas variantes, introduciendo siempre algún personaje nuevo que le devolvía al relato y al mismo contador más emoción y gesticulando mucho para adaptarse a esa niña de poca edad.
Érase que se era... y había una vez... tenía los años que tú, más o menos, me llevaron a la playa, me quedé dormido y me desperté con el canto de las olas... y una vez me encontré un caracol en el bolso y a partir de ese día nos hicimos amigos... y ¿no sabes el del caballo blanco que tenía alas y saltaba de nube en nube, hasta que se fue alejando por la noche, y en plena luna llena, se le veía correr por sus laderas?... y al irme a la cama una noche me encontré una lagartija entre las sábanas que me hacía cosquillas en los pies y cuanto más me reía más cosquillas me hacía... y una tarde de invierno, le di el abrigo a una niña que iba tiritando de frío pidiendo limosna por las casas y cuando llegué a casa le dije a mi madre que me lo quité un momento y el viento hizo un gran remolino y se lo llevó, lo hacía para que no me regañara, pero me parece que por la cara que puso no me creyó y ya no me acuerdo lo que pasó después... y el primer día que fui a la escuela el maestro me regaló una libreta para que escribiera las palabras y los dibujos que me vinieran a la cabeza y así lo hice hasta la última página, era mi mejor tesoro... y cómo mi abuela me enseñó a que me gustaran todas la comidas que me ponían en la mesa, cerrando los ojos e imaginando otra cosa... y la vez que en sueños subimos a la luna en aquel caballo que ya había ido él solo y nos bañamos en ríos de leche, comíamos helados de fresa y nata que caían de los árboles, bebíamos un zumo de frutas que elevaban nuestra estatura y al regresar habíamos crecido tanto que llegábamos a las copas de los árboles en donde había nidos con globos de colores... y... colorín colorado... porque llegaba su mamá y se la llevaba, no sin antes darle un beso, porque las distancias se habían acortado.

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