martes, 24 de mayo de 2016

NADA COMO COMENZAR




El arte de vivir consiste en estar siempre dispuesto a emprender algo nuevo, saber comenzar una obra, una nueva etapa, hacer algo distinto, emprender nuevos sueños y nuevas aventuras; no quedarse aplatanado contemplando las mismas cosas, lo hecho, lo siempre visto dos o dos mil veces, porque cuando nos repetimos no hacemos sino transitar el viejo camino, gastado y aprendido, ya sin sobresaltos, que conduce al sitio de siempre, cuando lo hermoso, lo verdaderamente original e interesante está en abrirse a lo nuevo que estira de lo mejor de nosotros, nos levanta de nuestros suelos y eleva nuestra estatura ampliando horizontes, distintas maneras de ser y otras opciones y respuestas más sugerentes. Y es que todo comienzo tiene un aire fresco y virgen de amanecida. Comienza el día y ansiamos que nos inunde de felices sorpresas. Sabiendo, como sabemos, que nunca se empieza de cero, porque en la mochila de cada cual va mucha carga: experiencias y conocimientos, errores y aciertos, mucha vida, en definitiva.
Decía, a este respecto, Cesare Pavese, que “la única alegría del mundo es comenzar. Es bello vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante. Cuando falta este sentimiento -prisión, enfermedad, costumbre, estupidez-, querríamos morirnos”.
Hermoso, ¿verdad? Lo contrario de contemplar la vida como un permanente comienzo es eso: la prisión, la costumbre, la muerte, lo marchito.
¡Cuánta diferencia entre la imagen del recién nacido abriendo los ojos por primera vez y la del moribundo cerrándolos ante la llegada de la muerte!
Pero más aún, como nos enseñara Saint Exupery en “El Principito”: “Si vienes a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres”. No falla.
A poco que seamos impacientes, y yo lo soy en abundancia, comenzamos a saborear y disfrutar del encuentro, la clase, el espectáculo, la comida, un esperado acontecimiento antes de que suceda, lo que alarga esos momentos vitales y les otorga mayor densidad.
Es la hermosura de la vida en su constante renovación, como el río, que nunca es el mismo y no es posible bañarse en el mismo río dos veces, como nos enseñara ya, hace muchos siglos, Heráclito.
Posiblemente la mejor luna de miel sea su anticipación, esa temporada anhelante mucho antes de su realización en donde la celebración ya es el mayor de los gozos casi insuperables sin sombra de cansancio, desilusión y desengaño.


Todos acertamos a la hora de esperar la jubilación cuando el trabajo ya es hartura y agotamiento..., pero no todo el mundo acierta a vivir una jubilación plena de júbilo, actividad libre y placentera, y así tantos ejemplos de la vida cotidiana, que hacen verdadero el aserto citado del escritor francés. Sucede sin excepción que cuando esperamos algo importante lo comenzamos a disfrutar mucho antes.
En el bello poema, “Amanecida”, de Claudio Rodríguez, como todos los suyos, porque este poeta no falla nunca, dice:
“Dentro de poco saldrá el sol...
...¿cómo
puedo dudar, no bendecir el alba
si aún en mi cuerpo hay juventud y hay
en mis labios amor?”

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