viernes, 20 de mayo de 2016

LA PATRIA Y LOS PATRIOTAS



Es bueno que el Premio Nobel, el Cervantes o el Príncipe de Asturias nos descubran escritores que o no conocíamos o que no habíamos leído nada de ellos, siendo una excusa estupenda para acercarnos y poder disfrutar de sus dotes literarias que suelen ser inmensas. Me sucede con frecuencia. Y así he conocido a Mélida Piñón, Svetlana Alexievich, Wislawa Szymborska...
De José Emilio Pacheco tampoco había leído nada y tuvieron que concederle el Nobel para acercarme a él, y hubiera merecido la pena darle el galardón solamente por este brevísimo poema:
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
ciertas gentes,
puertos, bosques de pinos, fortalezas,
una ciudad deshecha, gris, monstruosa,
varias figuras de su historia
montañas
(y tres o cuatro ríos).


El comienzo es fuerte aparentemente, no sé si provocador para algunos, y acaso blasfemo para estos mismos, pero en cualquier caso es rompedor y hay que esperar una milésima de segundo para que los gritos estentóreos de todos los patriotas que en el mundo han sido y siguen siendo tengan que acallarse, porque Pacheco, desde su enorme humildad y verdad y sin querer herir a nadie ni a nada, va a dar un argumento impagable: Su fulgor abstracto es inasible. ¡Cómo amar ese fulgor tan abstracto!
Del mismo modo se lee en el Nuevo Testamento: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”.
Pues lo mismo con la patria de tantos patriotas de pulsera roja y gualda a quienes sus conciudadanos les importa un bledo o casi. Por eso es tan aleccionador el poema de José Emilio Pacheco: “Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / ciertas gentes, / puertos, bosques de pinos, fortalezas, / una ciudad deshecha, gris, monstruosa, / varias figuras de su historia / montañas / (y tres o cuatro ríos). No es un insulto a nadie, ni un exabrupto, ni una blasfemia decir que no se ama a la patria. Lo que sí es una indecencia es presentarte ante el altar a ofrecer la ofrenda y no reconciliarte antes con tu hermano, o llevarte los dineros a los paraísos fiscales para no pagar a Hacienda y ser solidario con los hermanos y ciudadanos de tu país, de tu patria tan amada, o decir que das la vida por ella y amargas la existencia a tus vecinos. ¡Venga ya, hombre, venga ya, porque si somos tan patriotas subiéndonos a las nubes de lo abstracto que es tan inasible y etéreo enseguida se nos ven todas las vergüenzas!
Y como acabo de leer este mismo tema, esta mañana, en la columna de un escritor a quien admiro, Julio Llamazares, y acaso haya sido él el culpable de pergeñar este humilde discurso, me siento obligado a citarle:
“Una demostración de falta de confianza en él que casa mal con lo que dicen públicamente, sobre todo en el caso de personas que viven de ser españolas, o que presumen continuamente de serlo, y sobre todo con su obligación de contribuir a su riqueza y su engrandecimiento. Solo con banderitas en el reloj o en el retrovisor del coche y dando voces en los estadios o en los bares a la hora del café no se defiende a la patria ni se demuestra su amor por ella”. Y menos asaltando el Parlamento o llevándoselo crudo a los Paraísos Fiscales-“vertederos sociales”.

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