martes, 31 de mayo de 2016

JUEGO DE SOMBRAS





Fotografía Nina Meyer

Nada como las sombras para inventarse historias. Vienen dadas con ellas. En este caso podríamos tirar por el camino fácil: “será la sombra de otro columpio” con lo cual daría de sí para un posible relato, no digo que no, pero se me antoja mejor rodear y darle más mordiente a la loca de la casa como la llamaba la mística por excelencia, Santa Teresa de Jesús. Solo hay un columpio y a la niña la han llamado para comer y, a regañadientes, ha tenido que irse, pero se ha quedado en su sombra, y por generosidad ha dejado el único del lugar para si algunas de sus amigas vuelven antes que ella. Pero no sin dejarles varios mensajes: que ella ha estado ahí, y por eso lo de su sombra, que volverá pronto, que pueden utilizarlo a sus anchas y que no se vayan, porque volverá.
Nunca acabamos de irnos de los sitios. Siempre dejamos alguna huella: nuestra propia sombra como en la fotografía, nuestro ADN -el rastro más fehaciente con el que algunos van a la sombra obligada por algún tiempo-, la estela que hemos marcado para animar a que continúen el camino que un día emprendimos y nos cambió para bien, lo mejor de nosotros mismos que queda como barco varado a la orilla del mar para que otros sigan inventando aventuras en mares y riberas por el territorio de los sueños.
Lo que está claro es que no se puede pasar de prisa o indiferente cuando las imágenes o las palabras o los susurros o las sombras son tan elocuentes como en este caso y son las imágenes, las palabras, los susurros y las sombras la sustancia de nuestros sueños, tertulias, debates y escritos.
Detenerse, asombrarse, imaginar, dejar que el pensamiento vuele alto o a ras del suelo, pero siempre profundo.
“Parte la alondra -y encontrarás su música-“, cantaba como quien no decía nada y lo decía todo, Emily Dickinson. Partimos y algo de nosotros siempre queda en la dulce memoria de los otros.

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