martes, 19 de abril de 2016

SOLEDAD Y SOLEDADES



Existe una soledad impuesta que termina siendo dañina, y que para nada es buena compañera. Está entre nosotros y, a veces, pasamos de largo: personas mayores que siguen en sus casas por voluntad propia o porque su pensión no les da, ni con mucho, para ingresar en una residencia de ancianos y a todos los que vemos con su alma a cuestas y la mirada perdida aun cuando estén rodeados de multitudes y comunicándose con el teléfono móvil.
Estudios internacionales indican que más de una de cada tres personas en los países occidentales se siente sola habitualmente o con frecuencia. Asimismo que la soledad incrementa las probabilidades de mortalidad en un 26%, aproximadamente, igual que la obesidad. Una persona que se siente sola, nos advierten, suele estar más angustiada, deprimida y hostil, tiende más a tener relaciones negativas con otros, que el sentimiento puede ser contagioso y todo ello repercute en los niveles del estrés, el sueño, las funciones cognitivas y el bienestar en general.
Hay más, naturalmente, por ejemplo casos de soledad que terminan en tragedias, como el del chaval de 16 años, Kalif Browder, de un distrito de Nueva York, que fuera detenido por empujar a un ciudadano mexicano y robarle la mochila. Pasó tres años en la cárcel a la espera de juicio y, tras pelearse con otros presos, estuvo casi dos años en una celda de aislamiento. Puesto en libertad se suicidó al poco tiempo en casa de sus padres.
Sería bueno y provechoso seguir la pista a las 80.000 personas en Estados Unidos que están en celdas de aislamiento, incluidos enfermos mentales, para comprobar el índice su reinserción en la sociedad, uno de los objetivos fundamentales de la privación de libertad. Porque hay un consenso generalizado entre los expertos en el tema sobre los efectos del aislamiento: puede causar profundas secuelas psicológicas, incluyendo suicidios, síntomas psicóticos, como alucinaciones y paranoia, ataques de pánico, conductas violentas, depresión, etc. Es famoso el experimento con monos que consistió en aislar a crías desde su nacimiento. Pasados los 30 días, los monos presentaban alteraciones graves en sus conductas, sin moverse de un rincón en sus jaulas. Los humanos no somos tan diferentes de ellos. (1)
Y existe, por suerte, una soledad libremente acogida y aceptada, que nos permite emplearnos en aquello que más amamos, nos reconcilia con lo mejor de nosotros y nos ayuda a ser más y a desarrollar nuestras capacidades más queridas. ¡Cuántas obras desde que el hombre comenzara a danzar en este planeta han nacido precisamente en la mejor y mayor de las soledades!
“No me tengáis pena, decía la buena de Gloria Fuertes, porque gracias a la soledad hago los poemas que me da la gana “. Así, dicho con gracia y desparpajo y el resultado hermoso y entrañable, como toda su obra.
La soledad puede ser un arma cargada de futuro, porque con ella y en ella, podemos toparnos con algunas de las grandes creaciones y felices momentos de la vida. Pero sabemos también que el ser humano, ser social por naturaleza, necesita para vivir el calor de los otros, su cercanía y su amistad y si esto falta, la sensación de vacío e inutilidad se hace presente, cerrando demasiadas puertas y posibilidades que le acerquen al estado de bienestar al que tiene derecho.
Bienvenida la soledad, pero no tanto algunas soledades.
(1) Estar solo perjudica la salud, de John T. Capioppo.

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