viernes, 4 de marzo de 2016

LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER

 
 
La escritora bielorrusa, Svetlana Alexiévich, ganó el Premio Nobel de Literatura en 2015, porque "sus escritos polifónicos son un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo", destacó la Academia sueca. Escritora y periodista, ha retratado el drama de gran parte de la población de la antigua URSS, así como de los sufrimientos de Chernóbil, la guerra de Afganistán y los conflictos del presente.
“La guerra no tiene rostro de mujer” es una de sus grandes obras en torno a la segunda guerra mundial. En ella no se habla de las operaciones militares, ni de los movimientos de las unidades y los frentes, los aires de victoria, las retiradas y las ofensivas y las incursiones de los partisanos. Tampoco se trata de la historia de la guerra o del Estado, ni de la vida de los héroes sino “del pequeño hombre expulsado de una existencia trivial hasta las profundidades épicas de un enorme acontecimiento. La gran Historia”, como nos dice la propia escritora, que va dando voz a la voz de centenares de mujeres que marcharon a la guerra con un sentimiento patriótico de salvar su país y volvieron contando la parte nada heroica de la guerra. Hablan de la suciedad y del frío, del hambre y de la violencia sexual, de la angustia y de la de las muertes más absurdas, injustas e inútiles. Después de muchos años las que han podido regresar a sus casas, malheridas en el cuerpo y sobre todo en el alma, y rehacer sus vidas, siguen soñando en el frente y despertándose gritando despavoridas.
“Los recuerdos no son un relato apasionado o impasible de la realidad desaparecida, son el renacimiento del pasado, cuando el tiempo vuelve a suceder. Recordar es, sobre todo, un acto creativo. Al relatar, la gente crea, redacta, su vida”.
Sirvan estos ejemplos:
- “A finales de 1941 recibí el aviso: mi marido había muerto en un combate cerca de Moscú. Yo quería a mi hija, pero la llevé a casa de unos familiares y solicité que me enviasen al frente... La última noche la pasé de rodillas, delante de su cuna”.
- “Con 19 años me entregaron la Medalla al Valor. Con 19 años se me quedó el pelo blanco. Con 19 años, en el último combate, una bala me atravesó ambos pulmones, y otra bala me pasó entre dos vértebras. Me paralizó las piernas... y me consideraron muerta. Con 19 años, los mismos que acaba de cumplir mi nieta. La miro y no me lo creo. ¡Es una cría!”
- “Al acabar la guerra tenía tres deseos: primero, dejaré de arrastrarme por el suelo, iré en trolebús; segundo, me compraré una barra de pan blanco y me la comeré entera: tercero, dormiré hasta no poder más en una cama con sábanas blancas. ¡Las sábanas blancas!”
- “Cuando estaba de guardia, yo caminaba sin parar y recitaba versos. Otras chicas cantaban para no caerse dormidas”.

Fantástica obra testimonial que nos cuenta la intrahistoria del ser humano, de unas mujeres que fueron a ganar la guerra y, aunque la ganaron, volvieron derrotadas. Y como dice la propia escritora: “No escribo sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra. No escribo la historia de la guerra, sino la historia de los sentimientos. Soy historiadora del alma”.
Un libro de palabras y de silencios, una obra coral de voces para el recuerdo permanente y el olvido de nunca jamás las guerras que originan muerte, odio y violencia: lo peor del ser humano en salvaje desbandada.
Muy recomendable.

No hay comentarios: