lunes, 7 de marzo de 2016

EL PAPEL DE LA TRIBU Y LAS COSTUMBRES




Se ha dicho que se necesita a toda la tribu para la educación de un niño y aprendimos, hace tiempo, desde que se empezó a hablar de la educación permanente que abarca desde el nacimiento hasta la muerte, que igualmente es toda la tribu la responsable de la educación de todos los humanos, entendiendo por tribu: la familia, la calle, el colegio, el bar, el parlamento, las iglesias, los medios de comunicación, las tertulias, las redes sociales: en donde un grupo muy numeroso saca de forma alarmante y destemplada el burro, más que a pastar, a dar coces a diestra y siniestra, aunque al lado otros muchos, menos mal, intentan dar lo mejor de sí mismos y lo consiguen...
Es este caldo de cultivo, asimismo, para que cualquier democracia que se tenga por tal adquiera las raíces necesarias para que no se tambalee ante la menor ráfaga de viento. Recordaba recientemente el filósofo español, Javier Gomá, el verso de Horacio: “Las leyes sin moralidad son vanas” y un párrafo de Tocqueville aclaratorio: “Las leyes son siempre vacilantes en tanto no se apoyan en las costumbres; las costumbres forman el único poder resistente y duradero del pueblo”. El final de le reflexión del filósofo merece una lectura reposada: “A lo mejor resulta que queremos reformar las instituciones para no reformarnos a nosotros mismos y así permanecer instalados en nuestra suave vulgaridad moral, libre y sin compromiso”.
Si tuviéramos unas costumbres más sanas, decentes y arraigadas no nos pasaría lo que nos está sucediendo. Cada mañana nos sirven el desayuno con un caso nuevo de corrupción. Necesitamos con urgencia esas costumbres que se van conformando con actos de aquí y de allá, que terminan en hábitos, y que, cuando pasan por varias generaciones, acaban en costumbres recias que no las lleva el viento de cualquier tentación al uso. Costumbres necesarias como el pan de cada día en los fontaneros, notarios, empresarios, políticos, eclesiásticos, banqueros, periodistas y un larguísimo etcétera, por no decir en todo lo que se mueva que lleve nombre de mujer y de hombre.
Una sociedad sin costumbres pasadas por la ética y la razón, por mucho que lleve en todos sus frontispicios el nombre de democracia, es una democracia de mala calidad, en donde la indecencia, con todos los cohechos, prevaricaciones, falsedad documental, apropiación indebida, administración desleal, dinero negro, blanqueo de capitales, fraude fiscal... que se les ocurre a todos los pillos y sinvergüenzas que pululan a millares, tiene su morada.
Por todo lo cual prefiero la respuesta de Francisco Giner de los Ríos a Joaquín Costa cuando éste le diagnosticó que “se necesitaba un hombre”. “Lo que necesitamos es un pueblo”, le contestó don Francisco. Pues eso: un pueblo -la tribu entera- armado de moral, educado en Educación para la Ciudadanía y en la práctica de unas costumbres de hombres y mujeres conscientes de sus derechos y obligaciones.

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