martes, 16 de febrero de 2016

.PERO MÁS GRAVE ES ESTAR VARADO AL BORDE DE LA VIDA




Fotografía de Isabel Hermosell
Está ahí, varada, al borde del mar, como tú cuando sólo ves negro, donde los demás contemplan todos los colores del arco iris y alguno más, y cuando te paras al borde del camino que va a la vida y te dices: hasta aquí he llegado, no puedo más, ni tiene sentido seguir adelante, ni lo intentaré por eso mismo. ¿Para qué?
Sí, varado, deslucido, más viejo de lo que eres y pretendes ser, porque tendrías fuerza para surcar mares y atravesar montañas y valles, pueblos y ciudades, si te lo propusieras, pero te has parado, paralizado adrede, cansado antes de comenzar o de sólo pensarlo, derrotado, tal vez, ay, porque a poco que vinieras sobre ti mismo, llegarías a pensar que cada mañana que se abre pueden aflorar todas la posibilidades de un mundo que te nace nuevo y diferente como para enamorarse perdidamente de él, sólo con levantarse, dar el primer paso y tirar por la calle que más rabia te dé porque todas dan a la vida, que se abre con perspectivas siempre insospechadas, y tienes todas contigo a poco coraje que le pongas y permitas que te den la mano y hasta los empujones que vas a necesitar para ir avanzando y seguir viendo muchos más amaneceres, ver crecer la hierba, que no es poco y continuar añadiendo peso y altura a tu crecimiento personal y social. “La peor derrota, el desaliento”, dice Cervantes en El Quijote. ¿Cómo le vas a llevar la contraria a él y al gran filósofo que releo estos días, Spinoza, y que dijo aquello tan hermoso y profundo como para no dormir en cien noches seguidas?: “Cada cosa se esfuerza, en cuanto está en ella, por perseverar en su ser”. ¿Y tú vas a ser menos y no esforzarte en perseverar en tu propia autoconservación y afirmación.
Yo por lo pronto, sin haber nacido a orillas del mar y aun dándome miedo y hasta vértigo la alta mar, voy a reconducir mi sueño esta noche, me subiré a esta barca y, mecido por las olas y a merced del viento, intentaré llegar a los lugares más remotos, las islas que queden todavía vírgenes, costas donde no ha puesto sus manos sucias el hombre del cemento y la invasión, y me adentraré por la selva, habiendo dejado la barca bien amarrada a la orilla. Volveré, pero sin prisa, después de haber visto mundos nunca vistos ni imaginados, otras gentes, después de haber oído canciones no escuchadas jamás, haber bebido los vinos y licores que las buenas gentes hospitalarias compartan conmigo, intentaré entender su mundo, quedaré hechizado por los ojos de alguna guapa mulata y volveré de nuevo a mi casa con la vista cansada de tanto visto, pero feliz de cuantas aventuras me ofreció el viaje y que me salieron casi sin querer a mi encuentro.
Vuelvo a mirarla y sigue ahí. Varada a la orilla del mar. Nada importa. Lo grave es que tú estés varado al borde de la vida. ¿No ves que te espera, anhelante, para que te lances sin mirar si es nueva o vieja, hermosa o destartalada? No le hagas asco al viaje ni a las sirenas y comadres de cantos engañosos y miedos y chismorreos ancestrales y lánzate a la aventura y a un sueño recreado con muchos sueños y verás cómo regresas un poco más viejo, pero mucho más sabio. Tendrás suerte, ¿no ves que vas en una barca de nombre Ifigenia que significa ‘mujer de raza fuerte’ y era hija del rey Agamenón, según la mitología griega? Esta es la historia que se cuenta de ella: Cuando Ifigenia duerme en una arboleda junto al mar, un noble, pero ordinario e inculto joven chipriota, Cimón, viendo la belleza de Ifigenia, se enamora de ella y, por el poder del amor, se convierte en un culto y fino cortesano.
Déjate llevar y seguro que con esta compañía regresas más sabio y de más finos modales.

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