viernes, 5 de febrero de 2016

NO PONGAS TUS SUCIAS MANOS SOBRE MOZART




El maestro de las columnas periodístico-literarias, Manuel Vicent, escribió en la revista “Triunfo” un artículo memorable, tanto que recibió el premio González Ruano de periodismo por ello. A mi juicio tiene los suficientes méritos para poder haberlo ganado cientos de veces.
Pero vayamos al tema: al ver esta imagen no he podido por menos de acordarme del título de aquella columna, aunque bien sé que nada tiene que ver con esta imagen y el contenido que yo quiero darle, pero me sirve el título.
Ha saltado mi indignación como un resorte ético, como a Vicent por un resorte estético, aunque no solo, porque su artículo encerraba mucha miga ética y de costumbres, también. Los datos, actualmente, son escalofriantes: no son excepciones, un caso aquí y otro allá y con una periodicidad larga, sino en multitud de espacios, los más inverosímiles, que van desde el hogar, al colegio, a las iglesias y su entorno... Y no sólo en calidad de víctimas sexuales sino de todo tipo de tropelías y malos tratos. Lo último, lo inexplicable humanamente de los padres y maridos para vengar a las esposas o compañeras de viaje, casa y cama, que les lleva a darles muerte. Es el mayor de los fracasos de la especie humana causado casi exclusivamente por hombres en su calidad de machos más allá de todo salvajismo.
Vuelvo con una cita, más necesaria que nunca:
“No tienes excusa,
ni perdón, por todo lo que me hiciste,
papá.
Tú has matado al hombre sabio y cariñoso que vivía dentro de ti.
Tú has matado a la niña inocente que te quiso como nunca nadie antes.
Como nunca nadie”, Celia Frías.
No, no valen excusas, ni perdón, hay cosas que no pueden perdonarse, una de ellas maltratar a los más indefensos e inocentes, día tras día y noche sí y noche también; otra es abusar de los bebés y de los niños, y no digamos si eres cura, obispo, padre, abuelo o familiar próximo, pero aunque pasaras por allí sin saber sus nombres, sus apellidos, el color de su sonrisa, la grandeza de sus pocos años, la inmensidad de su ternura...
No, no puedes, no debes poner tus socias manos sobre su piel, sobre su alma, sobre lo más tierno, hermoso y de mayor valor de esta tierra que hemos heredado solo en usufructo, porque nada es de nuestra exclusiva propiedad. Por eso la mayor estupidez, además de salvajada, es aquello de que “la maté porque era mía”. ¡Imbécil!: tu mujer no es de tu propiedad, no es tuya, nunca debiste ni pudiste comprarla en el mercado, porque nunca estuvo en venta. “Libre te quiero, / como arroyo que brinca / de peña en peña, / pero no mía... Pero no mía / ni de Dios, ni de nadie, / ni tuya siquiera”. Y entérate de una maldita vez de que:
“Tus hijos no son tus hijos,
son hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma.
No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te pertenecen.
Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos,
Pues ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas,
Porque ellas viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños”. Khalil Gibran
Ya lo sabes, ya lo sabemos, porque a todos nos concierne, a un niño lo educa la tribu entera y lo cuida y lo mima y lo respeta y lo defiende con uñas y dientes para que nadie ponga sus sucias manos sobre él.
Nota no tan al margen: El frío está matando a miles de niños refugiados y Europa mira para otro lado, tan doloroso como poner las sucias manos sobre muchos de ellos. No, este mundo no está nada bien hecho. Ni estamos en el mejor de los mundos posibles. Por ello -en la culpa que nos toca- debemos dejar que nos invada, al menos, la vergüenza.

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