viernes, 4 de diciembre de 2015

...Y SE PUSO DE PIE LA CALLE ENTERA



Esta niña sin querer ni pretenderlo nos está dando una gran lección de vida y de saber ocupar la calle. Así hay que entusiasmarse ante las cosas, en este caso ante la música, de forma que ni la risa, ni la pasión, ni las ganas de echar todos los demonios que nos crecen sin saber por qué ni cómo fuera, ni la capacidad de absorber todo el aire y llevarlo a los pulmones queden encorsetados sin que salga todo ese cúmulo de emociones y sentimientos que llevamos dentro. Hacerlo le viene bien al cuerpo porque no es bueno que se mueva encogido y al espíritu, que es uno con el cuerpo y se confunde con él, pero los desdoblamos para entendernos acaso mejor, necesitado de oxigenarse y si es al ritmo de una buena balada mejor que mejor.
El músico callejero se ha quedado extasiado ante la mejor de las compañías a todo lo que toca, como ponerle espontáneamente y con la frescura y libertad de una niña, un feliz y entusiasta acompañamiento.
Puede que sea su hija, pero lo está haciendo tan bien que se agradece de todas las maneras o que sea una niña que pasaba por allí y le ha salido la gracia y el duende por arrobas que lleva dentro, que es de premiar doblemente, porque ha puesto de pie la calle entera y se han parado en esos momento todos los relojes de la ciudad para contemplar sin aliento cómo se bebe la vida entera una niña pizpireta con el garbo, la gracia y el poderío al estirar todos su cuerpo para ser más, creérselo y llenarlo todo de un arte que le sale de sus adentros, que es de donde salen las bellas artes.
Es esta niñez -la verdad, la gran aventura, la fidelidad de la tierra, la presencia del cielo - la que cantó, como nadie, Claudio Rodríguez:
“Ésta es la única hacienda
del hombre.
Es el momento ahora
en el que, quién lo diría, alto, ciego, renace
el sol primaveral de la inocencia,
ya sin ocaso sobre nuestra tierra”.
Al contemplar la imagen del músico y la niña la memoria te lleva sin esfuerzo alguno a los mejores momentos de tu infancia -la única hacienda del hombre- aquellos en los que la plaza, las eras, la laguna, el arroyo, los majuelos, los tesos más altos... constituían el espacio de la mayor de las libertades y del mejor de los juegos con los amigos al aire de los sueños más fantásticos y las aventuras más disparatadas. ¡Aquellos sí que eran días de vino y rosas!

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