No seré yo quien ponga
en duda la calidad literaria de Ian McEwan, uno de los grandes
novelistas actuales ingleses, lo cual no me impide a llevarle la
contraria más rotunda cuando afirma sin pudor que “la utopía es una de
las nociones más destructivas”, porque, a mi entender, escoge una única
lectura, y muy polarizada, al referirse a las ideologías totalitarias
que luchaban por una sociedad perfecta del futuro mientras arrasaban a
los que tenían al lado en el presente o la de a quienes poco les importa
el más acá, pensando en el más allá, mientras achicharran a quienes no
creen cuanto ellos creen. Y no es eso, porque la utopía para muchos, en
los que me incluyo, está en conexión con la bella y profunda reflexión
que nos dejó para siempre el bueno y lúcido de Eduardo Galdeano:
“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos
pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué
sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.
No se puede decir
más en menos. Porque ¿qué somos sin nuestros mejores deseos de mejora de
cuanto nos rodea, incluidos nosotros, deseos convertidos en acciones,
que van lentamente transformando las mentes y las cosas y movidos por
una esperanza que ni se achica ni se pierde en meandros para el despiste
donde pululan los nihilismos destructores de todo cuanto se mueve con
aires de renovación y progreso?
No importa que no lleguemos nunca,
tampoco es bueno quedarse papando moscas con la conciencia tranquila
pensando que siempre habrá pobres, porque siempre habrá demasiados
ricos, ni que siempre habrá guerra, porque los seres humanos llevamos en
la frente la señal marcada por uno de los primeros escribas de la
historia cuando relató la historia de Caín y Abel al descubrir lo que
había a su alrededor, pero a pesar de todos los pesares, siempre
podremos aminorar la enfermedad del dinero que quema y mata y el odio,
la venganza y la fiebre destructora, para que en nuestro pequeño mundo
existan hechos que nos inviten a seguir caminando en primer lugar y en
segundo lugar seduciendo a quienes se acerquen y queden contagiados.
¿Cómo que la utopía es destructora si es la que nos guía y anima a
seguir en la brecha sin desfallecer mejorando las cosas de este mundo
tal y como nos lo han dado y como lo vamos haciendo a trancas y
barrancas? ¿Era utópico el hombre de las cavernas cuando intuía lo que
se avecinaba con el tiempo?
Lo expresó muy bien el teólogo, filósofo, escritor, profesor y ecologista brasileño Leonardo Boff : “Una sociedad no vive sin utopías, es decir, sin un sueño de dignidad, de respeto a la vida y de convivencia pacífica entre las personas y pueblos. Si no tenemos utopías nos empantanamos en los intereses individuales y grupales y perdemos el sentido del bien vivir en común”.
Ser amantes de la utopía no está lejos del verso impagable del poeta francés René Char:”Apresuraos a dejar en el mundo vuestra parte de maravilla, rebeldía y generosidad”.
Nota no tan al margen: "La mayoría de los príncipes piensan y se ocupan más de los asuntos militares, de los que nada sé ni quiero saber, sino del buen gobierno de la paz", decía Tomás Moro que sabía algo de la utopía, pero claro está que su lenguaje dista mucho del pensamiento del belicismo cortoplacista y la reacción primaria y visceral a costa de quien sea, que suele caer en los más débiles desde que el mundo es mundo y rueda.
1 comentario:
Hola:
he leído con atenicón esta entrada del blog francamente interesante, sólo te quería pedir si me puedes facilitar la referencia del poema de René Char donde aparece est verso: "Apresuraos a dejar en el mundo vuestra parte de maravilla, rebeldía y generosidad"
Muchas gracias. (domenecboronat@gmail.com)
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