viernes, 20 de noviembre de 2015

Y ÉSE ¿QUÉ HA ESTUDIADO?



Cuenta el escritor y periodista Luis Alegre que su madre -creo que como las nuestras- cada vez que ve en la tele a una ilustre personalidad acusada de alguna fechoría, le lanza esta pregunta: “Y ese ¿qué ha estudiado?” Esta vez se trataba de Rato y Pujol. Y cuando el hijo le resumió sus carreras ella murmuró: “Dios mío, ¿y para qué les ha servido?”. Igual-igual que las nuestras.
Porque entienden que la cultura, aunque no sepan expresarlo, es el cultivo de lo mejor del ser humano: la libertad, la responsabilidad, la inteligencia y la solidaridad, pilares esenciales de la sociedad civilizada.
Porque saben que ellas con los poquitos estudios que tienen, eso y su vergüenza, su conciencia y sus pocos principios, pero bien cimentados, de estar en el mundo con los otros, las obliga, qué menos, a ser decentes.
Porque aprendieron desde antes del uso de la razón a reír con los que ríen, a llorar con los que van por la vida con cargas tan pesadas que llevan la columna hecha polvo, a jugar con los que no hacen trampas, a comer repartiéndose el bacalao si hay bacalao o lo que hubiere y a entender como nadie qué es eso de la compasión y cómo se practica.
Porque intuyen que los estudios, las carreras, los puestos, los que están arriba... están para que este mundo sea más amable y sano o no merece la pena tanto afán y tanto don; para que los vecinos se ayuden, echen una mano, como prestar la sal y dejar aparcada la discordia y que las cosas de aquí abajo -ellas que son tan religiosas- sean fiel reflejo de lo que hay allá arriba que, como siempre les han dicho, es lo más puro y santo que se pueda imaginar, y se lo han creído.
Porque cada vez que hay un corrupto suelto en las alturas, y piensan que estaba llamado a no serlo, sino todo lo contrario, se les cae su mundo hecho pedazos y se quedan repitiendo hacia sus adentros: “¡qué vergüenza!”, “¡qué vergüenza!”.
Porque cuando oyen gritos, insultos, palabras gruesas, en la radio y la tele, y ven el pelaje de gentes que no se controlan nada al hablar, más bien vociferar sin ton ni son, miran para otro lado, y murmuran: “En nuestro tiempo teníamos más respeto y un poquito más de educación”.
Y aplauden conmigo a sabios -catedráticos de derecho, historia, psiquiatría y antropología- en tertulias de la radio, tras el terrible atentado de París, abogar no por la guerra, la venganza y más violencia, creadoras de círculos infernales.
Y se atreven, a veces, como una anciana siria, enfrentándose a miembros del Estado Islámico, les ha dicho textualmente: “Sois mierda sobre mierda”.
Y piensan que este mundo no está hecho a su medida y a la medida de sus humildes deseos y de los valores en los que siempre han creído.
El periodista y escritor puntualiza: “Mi madre dejó la escuela con 11 años, en el verano de 1936. Como muchos españoles de pueblo, nunca volvió a estudiar. Precisamente por eso, mi madre tiene la educación en un pedestal. Para ella, la educación es lo que hace que las personas merezcan la pena”.
Y añado yo: Precisamente por eso, por la estima que estas mujeres tienen sobre la educación, hacen las preguntas que van al fondo del problema, al fondo de la honestidad y desnudan a todos los sinvergüenzas.

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