martes, 24 de noviembre de 2015

ENVIDIA, MUCHA ENVIDIA



Sí, envidia, mucha envidia, y admiración, enorme admiración, porque haber llegado hasta donde han llegado, pongamos 83 él y 80 ella, con esa alegría en el cuerpo y en las entretelas del alma, es para quitarse todos los sombreros del mundo.
De qué pasta tienen que estar hechos los dos, él y ella, que estando donde están, y a saber qué enfermedad tiene ella, les ilumina todo el rostro una carcajada sorprendente y bellísima.
Quién no quisiera ser hijo suyo.
Cómo no darlo todo por ser su nieto.
Cómo no querer tenerlos de vecinos, de amigos y poder estar cerca de ellos y dejarnos contagiar.
Llevan 14 días en el hospital y por más que su hija mayor insiste en quedarse alguna noche, él dice que ni hablar, que es lo que tiene que hacer y que si se queda en casa no pega el ojo en toda la noche, mientras que en el hospital duerme de maravilla, bueno, a ratos, porque unas veces se despierta él y otras ella y cuando Andrea le ve despierto le guiña un ojo y sabe que debe ponerse a su lado y cogerle una mano, haciéndole la silla, como siempre, como cuando eran novios, como todas las noches al dormirse y al despertarse y así va para 57 años.
Antonio y Andrea, digamos que se llaman así, él y ella, rién-dose sin motivo y con motivo, contagiándolo todo de alegría de vivir hasta los mismos límites del final.
... ¡y que nos quiten lo bailado!, su grito de guerra.

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