martes, 10 de noviembre de 2015

INSTANTES ...




Cuando un perro abre la boca de esa manera está sintiendo una satisfacción inmensa y cuando una niña lista madura a velocidad de AVE, tierna y de risa fácil, nuestros muchos amigos y los amigos de los amigos lo saben, el mundo se detiene en su afán loco y misterioso y contiene su aliento para regalarnos esta armonía tan luminosa y cálida.
Y no le pesa, porque el otro plato de la balanza es leve, sutil, sin trampa alguna y es feliz llevando esa carga.
Y, ¿cómo va a tener miedo si sabe a ciencia cierta que la defendería hasta más allá de la muerte, sabiendo cómo las gastó con mozuelos que intentaron, solo eso, agredirla?
Y si miras bien a la boca del perro te transmite paz y alegría de estar vivo cabalgando con su amiga.
Y si tu mirada se detiene en los ojos diminutos y risueños de la niña, “ojos azucarados” que escribiera Juan Rulfo en sus Cartas a Clara, verás cómo la tarde se serena y te queda un regusto en el alma de honda quietud.
Ambos, a la par, acunan el viento y a todo el que se acerca en silencio respetuoso.
Detrás de la cámara se vislumbra la mirada atenta de los padres, dos poetas, porque o fue él o fue ella, tanto monta, y nos dejaron ese instante con sabor a eternidad. Gracias, amigos.

Nota no tan al margen: ¡Qué diferencia más abismal entre esta imagen y la de ese caballo muerto, tras la paliza a palos, imperdonable, por no haber quedado en las carreras de caballos como el energúmeno de su amo esperaba. Su solo recuerdo me exaspera. No busques otros infiernos, están aquí.
Pero mejor, volvamos a la imagen del perro y la niña.

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