viernes, 6 de noviembre de 2015

LA IMPORTANCIA DE SER LECTOR





Leo estos días de lluvia y otoño a la escritora Cynthia Ozick y me quedo parado, contemplando esta tan hermosa como profunda frase: “El destino de la oruga es florecer. El de la mariposa, en cambio es pudrirse”.
Ya, pero entre la vida de una y otra hay tanta diferencia que no hay color, aunque al final, tristemente, se conviertan “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”.
Ya, pero que le quiten lo bailado en su hermosura espléndida a la mariposa que pudo competir, como la mujer del soneto de Góngora, con el sol, el lirio, el clavel y el cristal luciente.
Se me acumulan estos días las opiniones de diferentes escritores sobre la idea del lector como creador a la que me apunto lógicamente porque en ella llevo instalado mucho tiempo.
Javier Cercas sostiene nada menos que “la literatura no existe por sí misma, aislada del lector, puesto que según él, un libro es apenas letra muerta”.
Efectivamente, solo cuando el lector abre las páginas de un libro éste resucita, salta del polvo de una biblioteca abandonada y sale a la vida y al mundo de los sentimientos, las emociones, las ideas, la conversación y el debate.
Virginia Wolf se enfrenta así a los lectores y los eleva de categoría: “En su modestia parecen ustedes considerar que los escritores están hechos de una pasta distinta de la suya; que saben más sobre los hombres de lo que ustedes saben. Nunca hubo un error más fatal. Es esta división entre lector y escritor, esta humildad de su parte, estos aires de grandeza de la nuestra, lo que corrompe y castra los libros, que deberían ser el fruto saludable de una estrecha e igualitaria alianza entre nosotros”.
¿Qué sería el lector sin escritores y el escritor sin lectores? Se necesitan, se apoyan, se enriquecen y engrandecen el panorama con nuevos y múltiples puntos de vista y otras lecturas que pueden alargarse hasta el infinito.
El poeta Paul Valery llega a afirmar que “no es nunca el autor el que hace una obra maestra. La obra maestra se debe a los lectores, a la calidad del lector. Lector riguroso, con sutileza, con lentitud, con tiempo e ingenuidad armada. Sólo él puede hacer una obra maestra”.
Pero claro, hay lecturas de lecturas, la verdadera suele ir acompañada de sosiego, soledad, reflexión, parada y fonda, para degustar, como si de alimentos se tratara, las felices ideas, celebrar las perlas encontradas, añadir nuevos conocimientos, continuar alargando la vida de los personajes y hasta los párrafos más logrados. Frente al ruido y la furia que reinan con tanta abundancia en la actualidad, nada como la soledad, que “si se la domestica, puede convertirse en una amiga infinitamente preciosa”, como dice el psicoanalista Jean Michel Quinodoz.
Enrique Vila Matas escribía recientemente una columna sobre este mismo tema y decía: “El placer de leer se asemeja al de modificar con discreción, sea nuestro o ajeno, lo que leemos. Todas nuestras escuelas de letras deberían crear, de vez en cuando, algún lector modesto y exquisito de ese tipo”.
Insisto, el mayor placer de la lectura está en la creación: seguir alargando la reflexión, el relato, modificar lo que leemos, dar a los textos la vuelta como a un calcetín, cambiar el título, el final, añadir alguna estrofa más al que parece poema redondo y cerrado..., porque no lo olvidemos: leer es sumar, oxigenar la mente y continuar creando, no debe haber la menor duda.

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