Debajo de ese reloj de piedra (1), cuando ya no daba la hora porque
anochecía, oí los primeros cuentos de miedo, más de una procacidad y
algunas andanzas amorosas de solterones libres y hasta de algún casado
extraviado, que nos contaban los chicos mayores. Mis amigos y yo
andaríamos por los ocho o nueve años y escuchábamos absortos y, aun
cuando ya ha pasado la tira de años de aquello, sigue fresco en mi
memoria y no es que ésta sea brillante,
pero ya se sabe que las historias que se oyen en los años del despertar a
la vida quedan marcadas como en la piedra más dura y no se borran
fácilmente.
Era recurrente hablar de gente fanfarrona que de noche
había ido al cementerio por alguna apuesta y al intentar subir por la
puerta de hierro quedar prendido de la ropa sin poder bajar y cuando los
amigos se acercaban para auxiliarlo, advertían que el valiente de turno
estaba mojado de su orín y embadurnado de sus propias defecaciones lo
que daban al respetable un respiro y muchas risas hasta ver humillado al
fanfarrón.
De igual forma hacíamos un recorrido imaginario por las
calles más oscuras que algunos de los que he citado anteriormente
aprovechaban para sus escarceos licenciosos, llevados de la mano y las
ensoñaciones pertinentes de nuestros primeros maestros de calle y
rincones a media luz de las bombillas de la época harto lánguidas. Esa
era nuestra buena, mala o regular iniciación al sexo, puesto que era lo
que había en aquellos años de estraperlo, pertinaz sequía y
nacional-catolicismo.
¡Ay, si aquel reloj de piedra hablara! Y habla en nuestra memoria y de qué manera.
martes, 27 de octubre de 2015
CUANDO SE PARABA EL RELOJ ECHABAN A ANDAR LAS HISTORIAS
(1) Se trata del reloj de piedra de la iglesia inacabada (La Obra) de
Villardefrades, mi pueblo natal. Una buena foto, como todas las suyas,
de mi buen amigo Enrique Salas, que un día pasaba por allí y me la
regaló. ¡Qué detalle!
Publicado por ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ en 3:46
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