miércoles, 19 de agosto de 2015

EL LENGUAJE DE LA CASA Y DE LAS COSAS, y VI


“Como en casa en ninguna parte”, a pesar de lo cual las residencias no dejan de ser un mal menor... y al fin, un bien.

Después de haber hecho este recorrido por los rincones, espacios y algunos objetos de la casa no puedo por menos de pensar en las personas mayores que se ven obligadas a ir a una Residencia de Ancianos, qué digo, en mí mismo si termino con mis huesos en una de ellas.
Lo primero y principal: ¿qué te llevas, qué me llevo conmigo, qué libros y cuántos (todos levantan la voz y se mueven nerviosos alertando su presencia y lo siento, pero tendré que escoger no más de una docena y está claro: entre ellos a mis poetas preferidos), qué fotos, algún álbum, el ordenador, qué ropa y cuánta, sabiendo que cabe poco en una habitación y tal vez compartida? Es la austeridad a máximo nivel, el desapego a casi todo de lo más querido y unido a tu persona, es la aproximación ineludible a la desnudez más plena en donde ya sobra casi-casi todo. Porque es ya etapa de pérdidas. Quizá no sea mala preparación, y comenzar a pensar aspectos esenciales de la vida que, ay, con tanta avidez y pasión desbocada se han ido apoderando con codicia enfermiza en esta sociedad de consumo que nos montaron y nosotros nos dejamos hacer cual dóciles corderos. Y aún los que hemos ido por la vida de austeros nos hemos llenado de mil cachivaches, excesivos en la mayoría de los casos. Pero, naturalmente, las Residencias aun las de lujo, están bien diseñadas y una habitación no puede hacerse a la escala de una casa al uso.
Por eso un nuevo aprendizaje, uno más, que aún quedan lecciones por dar y recibir, se hace tan necesario e imprescindible. Es tiempo de madurar, de seguir escalando la montaña e ir abandonando en el llano cuanto de inútil e innecesario sea para los tramos finales. ¡Se necesita tan poco! Ojalá siga viva la mirada, el gusto de la contemplación, el resto de los sentidos atentos y abiertos a cuanto de bueno y gustoso nos rodee, continuar con el ánimo presto para no perderse nada de cuanto hermoso pueda ser disfrutado y la voluntad a punto para mejorar el mundo más a mano. Alguien dijo con acierto que salvar el planeta supone limpiar el jardín o la ribera de tu propio pueblo.
Y quedarnos, porque eso no nos lo quita nadie, con esos pocos libros, pero seleccionados con todo detalle, la ventana y el canto de los pájaros en el jardín, las comidas con los colegas y algún café a media mañana o a media tarde con los amigos, la cama, la ropa limpia, el agua de la ducha bien templada, la espuma de afeitar, la colonia y la camisa recién planchada y oliendo a suavizante, seguir abriendo el ordenador y asomarse a Facebook y continuar alargando el blog... y al acostarte cada noche dar un repaso a los rincones de la casa y los mensajes de los libros que dejaste y no volverás a ver ni leer, esperando las visitas de los más tuyos y los más amigos que no te han abandonado y que te llevan al huerto de los recuerdos de otros tiempos que sigues añorando y te devuelven el pasado.
Y con el ánimo en pie recorriendo los pasillos, paseando por el jardín, participando en todas las actividades, y una más, que para eso te pasaste media vida perorando sobre el envejecimiento activo, y agradeciendo a la vida, sin olvidar a los cuidadores, todo cuanto han hecho y hacen por ti.

 Y así, ya, has olvidado el verso de Jorge Guillén: “Como en casa en ninguna parte”, que es dicho popular, porque ahí donde te encuentras, en el nuevo hogar, estás casi-casi como en tu propia casa y a veces hasta mejor, escuchando, como el rumor de las aguas de un río, su lenguaje.

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