miércoles, 5 de agosto de 2015

EL LENGUAJE DE LA CASA Y DE LAS COSAS IV


Las ventanas. Casa con dos puertas mala es de guardar, ya, pero casa con muchas ventanas conforman la alegría de saberse parte del sol, la lluvia, el cielo, la calle, la vida. Las ventanas te reconcilian con el deseo eterno de volar y al abrirlas entra el mejor de los aires que ventilan hasta los últimos rincones.
Mi padre era lo primero que hacía nada más levantarse y era el eco de lo que estaba sucediendo fuera. Cuando llovía fuerte o lento le entraba una felicidad en el cuerpo que le duraba horas y muchos días porque entreveía cosecha abundante de trigo, cebadas y viñedos. En el ADN llevo desde siempre el hábito de asomarme a la ventana. Y aún me dura. ¿No ves que no hago más que hablar de VENTANAS ABIERTAS?
Con mis ventanas veo pasar la vida y la contemplo y las ventanas de los otros me sirven de espejo en donde miro y descubro mis sombras y debilidades y me hacen llegar al límite del vértigo. Las ventanas de los otros me ayudan en mi ascensión a la montaña de la vida para en el descenso ir agradeciendo su ayuda y su cobijo. “Los demás son parte de uno mismo. Nadie es sino con los demás,” dijo Castilla del Pino. Las ventanas de los demás son parte de mis ventanas y viceversa. Nada sería mi ventana sin las ventanas de los otros. Abro la ventana y obedezco al maestro, uno de los más grandes escritores contemporáneos, Marcel Proust, cuando dejó escrito: “El auténtico viaje de descubrimiento no consiste en ver nuevos paisajes, sino en tener una mirada nueva”. Así quiero yo abrir las ventanas, no tanto para ver nuevos paisajes, que por otro lado siempre son los mismos como para tener una mirada nueva.
Son mis ventanas y las ventanas de los otros las que me enseñan a ver, mirar y contemplar:

Ver sin más, simplemente ver, pero que resulta trascendental, porque es nada menos que darnos cuenta de que ante nuestros ojos pasa el tren de la vida y todo lo que circula a nuestro alrededor. Ver que nosotros vamos en ese tren y que estamos siendo junto a lo que pasa a nuestro lado.

Pero mirar es más, es detenerse, es colocar el punto de mira en aquello que queremos escudriñar, estudiar, investigar, amar, mimar. “En el mirar existe intención. Hemos decidido qué ver. Exigimos la mirada para captar el reflejo del alma”, dice Xavier Guix, psicólogo y escritor.

Y contemplar. Como decía Sócrates: “El grado sumo del saber es contemplar el porqué”. Es entrar en el otro, en lo otro y en sus adentros más profundos.
Cuando contemplamos un paisaje estamos identificándonos de algún modo y viviendo ese momento magistral de belleza, como cuando contemplamos un rostro bello o entrañable, de alguna forma quisiéramos atraerlo a nosotros para descansar en él y disfrutar de su hermosura o su humanidad.
Cuando contemplamos nos fundimos con aquello que observamos con detenimiento: sea un pájaro que vuela, un mar en calma, unos campos de trigo como olas que bailan, se acercan y se alejan, un ser que amamos, una música que nos envuelve y trasciende. Ay, cómo hablan las ventanas y cómo nos hemos cansado de decir, equivocados, si las piedras hablaran o los animales de compañía, cuando no hacen otra cosa que comunicarse como sin quererlo ni pretenderlo.

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