jueves, 6 de agosto de 2015

NO ENCUENTRO MI CARA EN EL ESPEJO



 Fue hace un año, 1014, en este mismo mes de julio, cuando terminé de leer  la novela El palacio azul de los ingenieros belgas de Fulgencio Argüelles y me pareció deslumbrante como así lo dejé dicho en una reseña que pergeñé al hilo de su lectura. Comenzaba así: A partir de las primeras páginas ya me enganchó totalmente, y cuando voy por la 94 se está apoderando de mí, pero dejaré espacios de tiempo sin su lectura, como siempre, para disfrutar más de esta espléndida novela, y que vayan calando las historias dentro de la gran historia y la prosa envidiable por lo hermosa que fluye suave en cada párrafo.
No encuentro mi cara en el espejo es la novela en la que estoy metido y trataré, como en la otra, de ir reflejando mis primeras impresiones al calor de la lectura que pretendo sea lenta para disfrutarla y paladearla mejor.
El comienzo ya invita a seguir leyendo, y te atrapa (no para encadenarte sino para dejar libre tu imaginación y continuar alargando las historias) por el ritmo y el dominio de la palabra, el párrafo largo perfectamente desarrollado, el uso poético de los recursos literarios y la ambientación y creación de un clima de intriga, suspense, debate y de gran  densidad humana:
 “El día de la muerte del cura Lubencio el cielo se puso rebelde y se alborotaron las nubes sobre las peñas más altas y un aguacero que parecía llegado del otro mundo cayó sobre el pueblo como una afrenta y convirtió los caminos en torrenteras de fango, desbarató los ánimos de las hortensias, precipitó las gestaciones y anticipó los partos, reventó los muros del cementerio y dejó en el airé el olor de tuétano de los muertos y el olor de la sangre de los partos prematuros, y también dejó en el aire, aquella tormenta que nadie había previsto, el olor de la tierra que nunca ve la luz del sol”.
Y es en este primer capítulo en donde ya deja al lector al pie de los caballos en situaciones límite, en las relaciones de la madre y del hijo, que no al azar lleva el nombre de Edipio, y que por ahora resuelve magistralmente como lo hiciera en la novela de El palacio azul... entre los dos hermanos.
Agradezco que en la portada el editor no hable de las mil maravillas de la novela y los mejores comentarios de la crítica, que han sido espléndidos, desde luego, si se echa una ojeada por Internet.
Voy por la página 54 y me sigue atrapando y envolviendo su prosa, el retrato de los personajes, las historias que van saliendo al encuentro para completar el mapa de la historia central y un lenguaje poético que me lleva de nuevo al Cantar de los Cantares.
De acuerdo con el crítico literario Ricardo Senabre cuando dice de este libro: “Los enfrentamientos dialécticos entre el maestro y el párroco, reiterados en varias ocasiones y con argumentos de escasa novedad, podrían también haberse reducido. Y lo más grave es la aparición en varios parlamentos de construcciones marcadamente artificiosas y retóricas”. Y hasta ganaría la novela sin ellos, resultan muy artificiosos, sí. Se ve en exceso la sombra o la mano del narrador y el resultado se me antoja demasiado encorsetado y no funciona el mismo lenguaje poético y profundo que en el resto.
Y de acuerdo con Ángeles Caso que, en la presentación de la novela de Argüelles, no ahorró elogios. Y la calificó de «trabajo exquisito, barroco en el sentido de plenitud, de algo que parece que no termina nunca ni se desea que se termine». Sucedió con  El palacio azul de los ingenieros belgas y que se publicitó de boca en boca como un potente reguero de luz.
Y lo mejor de lo mejor, con gran diferencia, el trío literario, espléndido, conformado por María Casta, Edipio y Zulema con el juego de espejos como contrapunto, que definen el camino obsesivo del joven Edipio que no acaba de encontrar su rostro envuelto entre una niebla espesa que le llega al mismo nacimiento sin conocer la figura del padre que la madre guarda en el mayor de los secretos.
En tres tardes, a la sombra lenta de un julio de oleadas de fuego, voy dando fin a la novela sin que Edipio encuentre su cara en el espejo, pero a los 17 años ha tenido hermosísimas y trágicas experiencias y descubrimientos que le ayudan a descubrir los entresijos del placer, los sinsentidos y lo empinado que se pone el vivir en esta tierra doblegada por las tormentas y las guerras: “Negros nubarrones, que llegaban por detrás de la Peña del Cuervo, se hinchaban, cambiaban de forma y se desplazaban ocupando el cielo por encima de las vegas... éstas son aguas a la vista, pero hay otras aguas de intensidad parecida que recorren los fondos de la tierra... observó el desbarato de las rosas hy de las hortensias y vel desagarro de la ropa de los tendales, y pensó en María Casta, en aquel beso caliente y regalado, sintió un escalofrío y se dijo, una verdad se esconde en el estruendo de los ruidos del mundo...”. ¿Y la guerra? “La guerra te acaba envenenando la sangre”.
Me duele llegar al final, porque quisiera quedarme mucho más tiempo entre la magia de las palabras, tan bien pulidas por este orfebre del lenguaje, y los dominios del párrafo largo escritos con auténtica maestría. Maravillosas descripciones de los  encuentros amorosos, de las tormentas que lo arrasan y tanto destrozan, metáfora de la guerra que siega vidas y deja con muñones doloridos a los jóvenes mutilados y viudas y huérfanos en cada casa o el regalo del decálogo del sabio, laico, y humanista maestro del lugar, don Conrado, o el delicioso diálogo de los jóvenes mutilados de guerra, realista, natural, fresco y bien atado al dolor y los sueños más humanos y poder continuar con la amistad de María Casta y Zulema y el largo viaje de los cuatro, y terminar leyendo: “El sol estaba maduro, como un higo a punto de reventar, y extendía sobre todas las cosas una red apretada y palpable de dulzura y luminosidad”, ...
Una novela espléndida de un extraordinario escritor, que en cada página levanta un monumento a la palabra bien escrita y a historias hábilmente enhebradas y, asimismo, un canto a la amistad. Te la recomiendo.

3 comentarios:

mjesusprivil dijo...

Tiene una pinta extraordinaria Ángel... No me va a quedar otro remedio que leerla!

mjesusprivil dijo...

Tiene una pinta extraordinaria Ángel... No me va a quedar otro remedio que leerla!

ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ dijo...

Gracias,Mª Jesús.