martes, 28 de julio de 2015

EL LENGUAJE DE LA CASA Y DE LAS COSAS III


El cuarto de baño. En mi infancia no tenía lenguaje alguno porque era inexistente. El corral grande y espacioso para los asuntos mayores y menores, y en el dormitorio, al lado de la cocina, la humilde palangana y un espejito colgado en la pared. Ya no nos acordamos. Habría que hacer, también, una oda al papel higiénico, no digo que no lo haga algún día de inspiración, ironía y un toque de nostalgia. Hoy es otra cosa: a todos, o casi todos, nos ha llegado el cuarto de baño y es una bendición: afeitarse todos los días dando al grifo del agua caliente y con luz abundante, me entristecen los baños con poca luz, son diez minutos y quiero ver con precisión por dónde navega la maquinilla; la ducha, todos los días, rápida, que no entiendo cómo mis hijas, tan extraordinarias en casi todo, además de tener los coches hechos un desastre por fuera y por dentro, se eternizan cuando se duchan y me llevan los demonios, aunque no les digo nada, porque no dejo de reconocer que es un placer de placeres dejar que corra el gel y el agua caliente y cálida recorriendo con la suavidad de la seda todo el cuerpo; la taza del wáter, qué invento más tonto, pero qué cómodo y reconfortante, nada que ver con aquellos rincones del corral o los apriscos abandonados, en cuclillas, y de testigos las gallinas, con su nervioso picoteo y mirada insulsa, ¡qué horror, de dónde venimos!; y las toallas que son la primera caricia, como un largo abrazo, gracias, al abrir el nuevo día, su silencio es elocuente y nada violento, y la crema tras el afeitado, y la colonia, que canta las mejores melodías mientras refresca la cara y hace penetrar por la nariz un río deleitoso de jardín, ribera, monte y prado, y terminar acariciando con la mano el rostro para salir a la calle con buenos aires a estrenar un nuevo día. Claro que hablan los espacios de la casa, las cosas de hogar, en donde se ha puesto tanto empeño, tanta emoción y tanto de todo minuciosamente, si con sólo mirarlos y usarlos se abren con su infinito vocabulario que esconden y enmudecen cuando están solos, pero deseando que les prestemos atención, y por eso, precisamente por eso, cuando los miramos ellos nos devuelven su presencia cálida de simple estar que es mucho estar para nosotros.

El salón-comedor-cuarto de estar-mini-dormitorio (para alguna cabezada cuando algún libro se indigesta y la breve siesta tras la comida) encierra múltiples lenguajes; sobresalen los momentos de lectura y alguna toma de apuntes en el cuaderno siempre a punto, entre col y col, para recrear más tarde, como ahora mismo, en el ordenador; la comida y la cena (porque el desayuno en esta casa es liviano y se hace en la cocina) en donde intentamos racionalizar y armonizar los menús más acordes con estómagos no muy exigentes, pero agradecidos; el gusto reclama su porción de tarta a repartir en la ruleta de los placeres bien avenidos, sin que falte una copita de vino; y, tras la comida, una breve siestecita, no más de quince o veinte minutos, porque espera el ordenador, y es mi mejor hora de escritura, aunque no te lo creas, de tres y media a 5´30 en donde desato mi creatividad literaria para pasar a mi blog, a Facebook y alguna colaboración en revistas; es donde paso más horas y voy de acá allá, del salón a la salita del ordenador; en el salón a solas conmigo mismo y en la salita conmigo y los amigos de Facebook; pero no podía faltar la tele (ventana indiscreta y vocinglera, tantas veces chata, provinciana y casposa, a veces luminosa, pero cuando calla, con frecuencia, se crea un silencio creativo estupendo); por eso prefiero tantas veces escuchar el silencio evocador de los cuadros, los lomos de los libros, algunas cerámicas, el tresillo acogedor y la ventana siempre parlanchina abierta al sol, al viento, al cielo azul, a los ruidos de la calle: la salsa de la vida.

El salón-comedor-cuarto de estar-mini-dormitorio se ha acoplado tanto a mí mismo que me espera impaciente tras mis largas o breves ausencias, encierra lo más mío y podría hablar largamente de luces, sombras y hasta secretos inconfesables, hasta de esos que se lleva uno solito a la tumba, pero que ellos solo perciben con sus antenas afiladas.

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