miércoles, 22 de julio de 2015

EL LENGUAJE DE LA CASA Y DE LAS COSAS II


La cocina y, como excusa, unas recetas. No la frecuento mucho, porque Isabel es una estupenda cocinera, pero no la olvido y en pequeñas dosis me divierte. Cuando vienen los amigos soy yo el que corta el bacalao, platos sencillos de acá y de allá, porque si hablamos de bacalao de verdad, mi santa lo hace insuperable: con mucha cebolla y patata, una capa de patata, otra de cebolla, el bacalao y otra de patata para terminar con la cebolla. Mucho trabajo, pero no lo he comido así de bueno en ningún restaurante. Dan fe mis amigas. Habla por sí solo.
Yo me encargo de algunas cenas y por aquello de ser de nacimiento goloso, preparo postres para el galgo de la casa y para los que a veces me acompañan y disfrutan conmigo.
Ya he escrito en otras ocasiones sobre torrijas, para chuparse los dedos, y del arroz con leche, aprendido en exclusiva de mi madre, de forma que cada vez que lo hago me vienen los efluvios del olor y el sabor de la infancia.
Una torta de manzana, rica-rica y fácil de hacer: se compra la pasta, se baña con mermelada de melocotón, por ejemplo, se colocan los gajos de manzana con cierto orden y concierto, se riega con poquita aceite, pueden añadirse piñones, pasas y nueces, se espolvorea azúcar y canela y una vez que está caliente el horno se baja a 180º durante 15 minutos. Y lista para comer.
De mi reciente viaje a Nantes me he traído la receta de la “Tarte tatin”, y a la segunda he acertado plenamente. Al servirla caliente se le añaden unas copas de helado. De muerte.
Quienes los han probado me han felicitado. Gracias, estimados convidados de oro.
Todos estos postres, más que hablarme, me cantan a cuatro voces.

Los cubiertos en amistad y camaradería. Nadie lo diría, pero las apariencias engañan y no tienes más que abrir el cajón para ver como duermen, pacíficos como el caracol pacífico burgués de la vereda de Lorca, y no te atreverías a decir jamás que, viéndolos así, serían capaces de violentarse y hacer sangre donde no hay nada más que temblor de vida placentera. Podrían herir, pero no lo hacen, como cualquier perro bien domesticado por dueños en absoluto violentos, tienen formas que pudieran ser agresivas, pero ellos saben que deben utilizar su destreza y sus virtudes para mejorar la vida de los humanos a quienes sirven con fidelidad, y así lo han aprendido en esta casa de paz y cierto orden. Callan y duermen, pacíficos caballeros de mesas redondas, esperando la mano acariciadora que les saque al dulzor del día y al trajín de la cocina y del comedor.

Soliloquio del paraguas 

Qué alegría me corre por la sangre
y las varillas.
Ha comenzado a llover.
Ojalá sea larga, densa y generosa
y no tengan más remedio
que sacarme a la calle.
Ya no puedo de aburrimiento
y de días grises y oscuros
como la niebla y la noche más cerrada
en este rincón donde me aparcan.
Al fin: aleluya, aleluya,
salimos de casa
y al abrirme es
como si todas las rosas del jardín se abrieran.
Llueve y llueve y la calle se va inundado de agua y de paraguas
flotando entre la lluvia y el viento
Qué hermosura la de estar vivos.
Recorremos algunas de las calles de la ciudad,
regresamos
y la felicidad me canta por dentro.
Me dejan en la bañera y espero,
relajado e impaciente...,
¡que no tarde tanto en volver
a llover!

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