No llevan caballo ni lanza en ristre. No son don
Quijote ni Sancho, aunque pudiera parecerlo y no les importaría serlo y
parecerlo. Además se los conoce a la legua y llevan el alma a flor de
piel. No les ha dado tiempo de quitarse la nariz de payaso ni las botas
de siete leguas ni el bombín ni el porte de grandes caballeros que
siempre les acompaña, y van por los caminos del mundo no tanto a
desfacer agravios, enderezar entuertos y proteger doncellas, ni hacer
justicia, que eso les cae muy grande,
sino a hacer reír, tarea no menos importante, sobre todo a los niños,
pero también a los adultos que aún llevan un niño dentro. Como que uno
se iría con ellos para atravesar los mares y las tierras del mundo
aprendiendo a reírse no tanto de la vida y de los otros, que es cosa muy
seria, sino de uno mismo, que tiene su aquél, y de todo cuanto se mueve
en la faz de la tierra.
Están muy solos, pero saben que esa es su
suerte, baja el telón y todo el mundo se olvida de ellos, ya no cuentan,
son los cómicos que van de pueblo en pueblo y duermen en posadas de
mala muerte, porque no da para más lo que han sacado en la última
función, pero ellos han dejado la mejor de las simientes en el alma de
los más pequeños y de quienes siendo grandes sacaron a reír al niño que
va siempre con ellos. Y eso en verdad les sacia. Para qué más, le dice
el alto al más bajo, cuando éste, algunas veces, maldice su suerte y
reniega del ser y estar en este mundo.
Y siguen siempre el consejo de Fernando Fernán Gómez, el mayor acaso de todos ellos:
... Creo hallarme entre las personas dispuestas a defender su libertad no con la violencia y la sangre, sino con el pensamiento y la palabra".
Magnífica lección del cómico y del maestro.
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