sábado, 18 de abril de 2015

ELLA Y ÉL, ÉL Y ELLA... O EL LENGUAJE DE LOS SIGNOS


Parecen enfadados, pero ello no obsta para que él, aun sin querer mirarla, le dé cobijo y ponga el paraguas a la que parece ser sin duda su compañera, mientras él prefiere mojarse a lo bonzo.
¿Qué hay del amor pasional de sus años jóvenes? Acaso nada, pero los gestos son bibliotecas abiertas para leer, descifrar, subrayar y asimilar en el aprendizaje necesario que nos regalan los años de muchos que han hecho de su vida sobriedad hasta para tomar aire y una generosidad que brota de los más dentro de todos sus manantiales interiores aunque desentone su rictus de asco y amargura.
Se han dicho tanto a lo largo de tan larguísima vida que ya nos les quedan palabras, más aún, se llevan como el perro y el gato y usan palabras que no debieran. Si ella dice hola, él contesta: a qué viene tanta galantería; cuando él le indica: déjame pasar, ella responde con una jeta que se la pisa: ni que fueras el Cid Campeador; si él la mira con dulzura, ella se da media vuelta y ni atiende ni entiende a qué viene esa media risa alelada; si ella se esmera en hacer el postre que más le gusta, el comenta que a qué viene tanto despilfarro; él y ella, ella y él..., pero que a nadie se le ocurra hablar mal de alguno de ellos, porque se le tiran a la yugular, por ejemplo, y cuando arrecia el temporal allí está él con el paraguas abierto, como si fuera la reina que es en el fondo de su subsuelo.

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