martes, 14 de abril de 2015

GÜNTER GRASS Y EDUARDO GALEANO




Ayer murieron Günter Grass y Eduardo Galeano, 13 de abril de 2015. Tendré que hablar forzosa y gozosamente de ellos, esta misma tarde, en el taller de escritura, cómo no hacerlo. Y después de hablar del perfil del escritor alemán, me detendré en el uruguayo, por más leído, por mí, y más cercano a todos. ¡He leído tantas veces en público algunos de los pequeños relatos de El libro de los abrazos que no estará de más hacerlo una vez más. Creo que Günter Mass también, pero sin duda alguna, Eduardo Galeano ha hecho el mundo mejor, más humano y luminoso y nos ha enseñado a todos a ser un poco más críticos, soñadores y utópicos.
Comenzaré con El mundo, con el que he comenzado tantos talleres y charlas: ese mundo lleno de fueguitos, en el que no hay dos fuegos iguales. Unos grandes, otros chicos, de todos los colores, de fuego sereno, unos, de fuegos locos, otros, y qué locura, avaricia y maldad la de algunos, echan chispas. Algunos bobos, fuegos fatuos, muy fatuos, que ni alumbran ni queman, perdiendo su razón de ser, dar luz y calor, cordialidad y cobijo, pero otros arden la vida con tantas ganas y fuerza que encandilan y arrastran, porque quien se acerca se encienden y hacen larga la cadena de la vida honrosa y digna de ser vivida.
Y cómo no dejarles entusiasmarse para que se aprendan de memoria para qué sirve la Utopía y no vuelvan a decir ya más que no sirve para nada:
"La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que camine nunca la alcanzaré. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar".
Y habrá que terminar con esa maravilla de La función de lector. Será mejor transcribirla al pie de la letra y no añadir nada para que cada uno de ellos saque lo mejor y siga alargando la historia:
“Cuando Lucía Peláez era muy niña, leyó una novela a escondidas. La leyó a pedacitos, noche tras noche, ocultándola bajo la almohada. Ella la había robado de la biblioteca de cedro donde el tío guardaba los libros preferidos.
Mucho caminó Lucía, después, mientras pasaban los años.
En busca de fantasmas caminó por los farallones sobre el río Antioquia y en busca de gente caminó por las calles de las ciudades violentas.
Mucho caminó Lucía, y a lo largo de su vida iba siempre acompañada por los ecos de los ecos de aquellas lejanas voces que ella había escuchado, con sus ojos, en la infancia. Lucía no ha vuelto a leer ese libro. Ya no lo reconocería. Tanto le ha crecido adentro que ahora es otro, ahora es suyo”.
Descansen en paz, y que su luz y sus escritos sigan iluminando nuestro caminar. Porque como anota Manuel Rivas: “En sus libros, en los de Galeano y en los de Grass, vemos información esencial sobre la condición humana y la descripción lúcida de la maquinaria pesada y depredadora de la historia del poder, pero también la capacidad de resistencia y artesanía de la belleza de las voces subalternas”.

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