domingo, 1 de marzo de 2015

HOMBRES BUENOS - JUECES DE PAZ


Un respeto, amigos, habría que ponerse en pie y detener el aliento, porque pasa toda una vida entregada al trabajo, al sudor, a la cría del ganado, al sustento de los suyos y aún le queda tiempo para echarse un cigarro a la solana con los amigos y las tardes de los domingos para jugar la partida al dominó, al mus o las chapas la tarde de Viernes Santo después de los Oficios, y ser hombre bueno y juez de paz.
Y sigue con una media sonrisa y una satisfacción gigante de poder contarlo y estar orgulloso de lo vivido con los otros y para los demás. (Esta mañana en Ventana Abierta, la sesión que hacemos Xoan y yo con los mayores de la Residencia Cardenal Marcelo, hemos intentado que dijeran algo bueno de ellos mismos y les costaba. ¿Por qué nos dará tanta vergüenza hablar bien de nosotros mismos y por qué nos zaherimos tanto con frecuencia?). Por eso da gusto ver a este hombre cómo va caminando repleto de humildad y complacencia más que orgullo.
Y sigue sin arrojar ni la toalla ni la pala ni el azadón, que hay que quitar malas hierbas, dar una vuelta por los majuelos, atender el huerto porque ya empiezan a colorear los tomates o dar paso al agua de la acequia para anegar del líquido de oro frutas y hortalizas.
Y sigue abriendo caminos, deshaciendo entuertos, enderezando quebrantos, poniendo paz en medio de los altercados por un quítame allá esas pajas..., que por eso, sin quererlo ni pretenderlo, lo eligieron y nombraron juez de paz, como hombre recto que era, justo y cabal... y por eso y mucho más estoy viendo en él a mi padre, con la diferencia que mi padre siempre llevaba visera y a mí me parecía un Dios todopoderoso y bueno, y tú probablemente el tuyo, cambiando lo accesorio.

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