sábado, 7 de febrero de 2015

VIEJA FRIENDO HUEVOS


Ved cómo se ha detenido el tiempo. La vieja ha parado el reloj con sus manos y su mirada. Algo ha dicho: ¿alguna lección de vida?, ¿alguna recriminación a lo suave como sólo lo saben hacer las abuelas? El silencio se corta. Van en serios sus palabras, porque esta vez no se ha andado por las ramas. Quizá le esté diciendo que hay que hacerse un hombre de provecho como le decía a Luis Landero su padre, narrado con la precisión de un maestro en el arte de narrar, pero que en los labios de la abuela tienen la mayor de las autoridades porque brota de un corazón irrepetible. El nieto calla, no se atreve a mirar a su abuela, es tan penetrante su mirada que las palabras le han llegado al fondo y le duelen. ¿O la anciana mira al infinito simplemente porque es ciega? Sí, pero ¿por qué está tan serio el muchacho? Se corta el silencio además del aire que los envuelve, propio de la genialidad del pintor sevillano. Es un cuadro de juventud y casi-casi, con seguridad, tiene frescas las amonestaciones tiernas o serias o alegres o doloridas de su propia abuela, porque es difícil esa precisión sin haberlo vivido.
Pero dejemos la historia y sus mil vericuetos, porque cuando de pintura se trata, lo que es menester y obligado, a todas luces, es mirar y contemplar detenida y minuciosamente el cuadro. Lo demás son añadiduras, propias de un mal guía, en las que se detiene en exceso o para despistar o demostrar lo versado que está en historia y en chismografía, pero no en la enseñanza de la mirada, la pasión de saber ensimismarse y el duende y la magia del arte.
Es mucho más que un simple bodegón: destaca el fuerte contraste de luz y sombra. Existe una singularidad-individualización de los objetos que están como arropando a los personajes centrales de la escena. Y el momento clave se da cuando la anciana suspende la acción, levanta la cabeza y detiene la mirada en el muchacho. El proceso de la acción aparece en todo su esplendor al mostrarnos cómo van cuajándose los huevos a la espera de un tercero que reside aún en una de sus manos, “detalle que indica el interés del pintor en captar lo fugaz y efímero” en el decir de algún crítico.


Notas eruditas:
1.- Velázquez ya nos demuestra en este cuadro, aun siendo joven, tenía 19 años, ser el maestro universal indiscutible y uno de los más grandes genios de la pintura de todos los tiempos. Lo dijo el pintor francés, Manet, cuando vino al Museo del Prado a ver la pintura de Goya y, cuando se encontró con Velázquez, se quedó pasmado y dijo que “no solo es el pintor de los pintores, sino que es el más grande que jamás ha existido”.
2.- No, no está en el Museo del Prado. Se encuentra en la National Gallery of Scotland en Edimburgo desde 1955, adquirido a los herederos de sir Francis Cook por 57.000 libras.

2 comentarios:

Luis del Pozo dijo...

Otro relato que no invalida el tuyo
La abuela, investida de autoridad suprema, sin boato, pero dueña y señora, administradora de lo fundamental, la comida, a la que el niño contribuye con el pan y el vino. Aunque tiene la composición de un bodegón, la escena desborda el cuadro y nos hace partícipes de una trasmisión de "saberes", entre la experiencia y lo nuevo. No muestra una comida de negocios aunque, quizá, sí, en la que se ventilan las cosas de la vida.

ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ dijo...

Precioso, ¿cómo crees que va a invalidar el texto anterior? Lo enriquece. Gracias, Luis.