martes, 3 de febrero de 2015

LA GRANDEZA DE UNOS OJOS


No es la belleza, o sí, lo que más destaca en esos ojos, sino la grandeza de la mirada observando el paisaje y llevando mucho de lo visto hacia adentro que es donde deben acumularse las experiencias profundamente vividas y mejor pensadas.
Grandeza que nos lleva a todos, sin excepción, a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros mayores... y en ellos vemos de dónde venimos y hacia dónde debemos dirigir nuestros pasos y nuestras miradas. Venimos del ayer, de su ayer que les hizo y siguió reafirmándonos a nosotros en el río de la vida que conformamos y vamos en la misma dirección que nos marcaron, añadiendo nuevos pasos, renovadas miradas, que serían a buen seguro carne y sangre de su orgullo y de su honda complacencia.
Cada arruga es la seña de identidad de una vida de trabajo, sudor y fatiga a manos llenas. Y los ojos, aunque se van debilitando, cargan en la memoria los momentos más atroces de una guerra sin cuartel, fratricida, como todas por otra lado, pero la suya más endemoniada todavía, y una posguerra atroz y canalla. Pero también instantes que se han agazapado muy dentro para seguir dando el calor y el sentido necesarios y continuar a derecho por la vida, agradecidos de todo lo que ella les regaló que, aunque austera, siempre hubo momentos de abundancia y plenitud.
Qué sano mirarse en el espejo de los otros, pero mucho más cuando como éstos te llevan a lo más profundo, hermoso y verdadero, qué sano y qué motivador para continuar alimentando el fuego que nos dejaron.

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