miércoles, 3 de diciembre de 2014

SOLILOQUIO DEL BANCO


Ahora estoy solo, pero no importa, pronto llegarán y estaré contento y orgulloso de que me utilicen y se lleven lo mejor de mí. ¿A qué más puedo aspirar? Me echarán una mirada de inspección para ver si estoy limpio, nada más, y se sentarán plácidamente. Suele venir un anciano, de muchos años y soledades, dejará el bastón, como siempre, utilizando de percha mi respaldo y escucharé sus lamentaciones, primero, sus monólogos, después, y a medida de ir cobrando su descanso apetecido y necesario se apaciguarán sus quejas y dará gracias a la vida por el momento de dicha relajada que está viviendo y disfrutando.
En cuanto se vaya llegarán ellos, hace tiempo que lo hacen, y vivo con mucho gusto el rato de placer que se dan cuando solo yo soy el testigo mudo, pero fiel, de sus arrumacos, discusiones aceleradas, peticiones de perdón selladas con un suspiro y un nuevo aluvión de besos, abrazos y miradas tiernas a los cielos y al espejo de los ojos del otro.
No suele faltar a la cita, siempre llega cargada de bolsas, bolsos, paraguas más la fatiga que se le sale de las órbitas. Es con la que más disfruto, a veces me da pena y me pregunto: ¿no hay nadie en casa para echarle una mano? ¿Dónde está el marido que tanto la quiere y dice adorarla? ¿La hija mayor? ¿El hijo mediano que ni trabaja ni estudia ni echa ninguna mano en la casa? ¿Dónde? Por fortuna se va sin el resuello encima y me digo callada y gozosamente, merece la pena estar todo el día aquí, mano sobre mano, para echarle todas mis manos a esta mujer ama de casa tan laboriosa como entrañable. Me mira, no sé si a mí o a las bolsas, el bolso y el paraguas, dos o tres veces, mientras lo recoge todo y se va. Gracias buena mujer, me quedo musitando, por haber hecho parada, voluntariamente obligada, aquí.
Ya se han ido, quedo de nuevo solo, más solo que la una y de testigo solitaria la luna, pero antes de anochecer llegará el último de la fila, se sentará a medias, se agachará para atarse los cordones de una de las zapatillas y se irá sin mirar donde ha reposado sus lindas posaderas. Adiós, chaval, le digo siempre, suerte, y al toro, que la vida te sea generosa..., pero nunca me oye, porque en cuanto empiezo a hablarle ya no diviso ni su sombra.
Don Jorge Guillén llegó a decir mirando a un sillón, y dejó constancia de ello en un bellísimo poema, que “el mundo está bien hecho”. Yo creo que si pudiera venir a sentarse aquí diría lo mismo.

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