viernes, 19 de diciembre de 2014

EL BANCO DE LOS ENAMORADOS



Nunca hubiera imaginado esto mi banco solitario de hace días cuando recibió visitas estupendas y entrañables.
Éste de hoy ha tenido más suerte, si cabe, porque le ha vencido en imaginación. Y la imaginación cuando se pone en pie alcanza la calidez de las estrellas.
¿Dos paraguas, nada más? Más bien dos enamorados que desprenden generosidad y fortaleza en el dar, él; y una inmensa ternura dejándose querer mientras se une, cobija a su sombra y se entrega y lo da todo, ella.
Y uno sin querer, desde siempre entre poetas, recuerda algunos de los muchos versos magníficos de Pedro Salinas:


A esa, a la que yo quiero,
no es a la que se da rindiéndose,
a la que se entrega cayendo,
de fatiga, de peso muerto,
como el agua por ley de lluvia.
hacia abajo, presa segura
de la tumba vaga del suelo.
A esa, a la que yo quiero,
es a la que se entrega venciendo,
venciéndose,
desde su libertad saltando
por el ímpetu de la gana,
de la gana de amor, surtida,
surtidor, o garza volante,
o disparada -la saeta-,
sobre su pena victoriosa,
hacia arriba, ganando el cielo. 


Dulce amor el del paraguas y dulcísimo, por ser mayor su entrega y su ímpetu el de la sombrilla, y hermosísimos los dos. En verdad, hay fotografías que están pidiendo, al menos, una palabra, un poema, un relato, alguna reflexión, y ésta es una de ellas.

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