miércoles, 17 de septiembre de 2014

A FAVOR Y EN CONTRA DE LA TRADICIÓN




La tradición cobra su significado etimológico en el acto de la entrega: unas generaciones entregan su saber, sus usos y costumbres..., unas veces acertados y otras no tanto porque o nacieron bastardos o no concuerdan con la sensibilidad y los saberes actuales.
Una comunidad debería entregar a las siguientes generaciones todos aquellos usos y costumbres que juzga dignos y valiosos a fin de que se conserven, y se consoliden, pero si ello no es así estas generaciones que reciben tal legado son libres de aceptarlo o rechazarlo abiertamente si se trata de un legado envenenado.
Estamos a favor, faltaría más, cuando la tradición se encuadra en el marco de lo bueno, lo bello y lo verdadero, ahí es nada, pero no puede ser de otra forma, en cuyo caso se agradece, se respeta, se valora y se continúa celebrándolo, no sin añadir algunas variantes conforme al gusto y sentir de las generaciones actuales para no repetirse como si de papagayos se tratara y así por los siglos de los siglos.
Pero todo cambia cuando los gustos, la estética, los nuevos valores, las nuevas sensibilidades han variado profundamente, más aún, cuando hoy mismo no se entienden que comenzaran en algún momento tales desaguisados si de desaguisados se trata y, a veces, eso es lo que sucede. Y desde luego habrá que contraponer argumentos más de peso que las razones que a veces se dan: porque siempre se ha hecho así, porque el toro no sufre, porque ya se organizaban tales festejos en la Edad Media o incluso unos siglos antes, el que no quiera que no venga, pero que nos respeten, como si estos argumentos tuvieran peso alguno y fueran fruto de la razón.

Ejemplos varios: arrojar una cabra desde lo alto del campanario fue una salvajada el primer año que se hizo y los siguientes y no vale darle vueltas, y si te fijas en los años para darle algún valor lo pones peor porque aumenta la salvajada.
Sobre el Toro de la Vega de Tordesillas diré en primer lugar, a modo de propuesta, que el espectáculo sería prácticamente el mismo, menos para un grupito de treinta o cuarenta lanceros que son los que lo matan o acribillan, frente a los cuarenta mil que lo ven pasar como una ráfaga, más los caballistas que lo festejan a su buen modo de hacer, si al final no se le matara y se le dejara ir a los corrales, que es donde debe terminar, pero con vida. Pues lo mismo, el argumento de que es la tradición y siempre fue así no se sostiene en absoluto, porque no es más que hacer sufrir al animal de la forma más gratuita y grosera: a lo bestia. No hay nada de bondad, verdad y belleza en ello y de festejo tampoco porque los cuarenta mil asistentes que acuden al acto tienen que conformarse con verlo pasar como pasa el rayo delante de los ojos: unos segundos. Tú yo entendemos por fiesta otra cosa muy diferente, pero si alguien insiste en subir y bajar calle arriba, calle abajo, cruzando el puente contemplando las bellas estampas de un pueblo precioso, por otra parte, vale, pero que lo vean y digan conmigo que no se mate al toro de esa forma tan salvaje y cruel, insisto, y que siga vivo y se le encierre con los suyos en los corrales. Pero no, no insultéis a la inteligencia diciendo desde el I Congreso Internacional del Toro de la Vega que “todo lo que crea el ser humano es cultura”, porque es haber estado dormido toda la vida y no haberse enterado de nada o igualmente que la tradición hay que respetarla, cuando cualquier tonto entiende que hay que respetada cuando se lo merece, porque hay muchas que no dan la talla humana, o que es cultura y ya es para escapar a Marte en el primer vuelo: cultura es cultivo y el concepto va unido al desarrollo artístico, científico, social, espiritual y político.
Por mucho que me lo vendan como una gran fiesta y un espléndido negocio para los lugareños, la Tomatina de Buñol, que consiste en arrojarse cantidades industriales de tomates hasta que terminan nadando en un mar de porquería y cochambre, y por muchos coreanos, alemanes, ingleses, chinos y nuevozelandeses que vengan, me lo ponen peor, no dejará de ser una estupidez y una guarrada con todos los respetos, y habrá que llamar al pan - pan y al vino - vino, que es como nos ha enseñado maravillosamente la tradición más hermosa.
SÍ a la tradición cuando es bella, sabia y nos hace mejores de alguna de las múltiples formas que lo podemos ser si de desarrollo integral hablamos, que es de lo que se trata, pero si nos embrutece, es sucia, salvaje y cochambrosa, saca lo peor de nuestros instintos, adormece la sensibilidad, no aporta nada al saber, al sentir y al ser más del individuo y de los pueblos, clara y tajantemente NO.
Perdón, no he sabido decirlo con menos palabras.

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